El paciente está grave, lleno de heridas y amargamente se queja de dolor “por todas partes”. Llega el curandero, lo mira y le pone una inyección de morfina con una dosis como para tranquilizar un caballo. “¿Cómo se siente?”, pregunta, ante lo que el paciente, sonriente, responde: “de maravilla, ya no me duele nada, doc, usted es lo máximo, gracias mil”.
“Excelente,” dice el pseudo médico, “y no se olvide de votar por mi para el mejor doctor del año”. Y todos felices, al menos hasta que se termina el efecto sedativo de la morfina y los alaridos vuelven a comenzar.
La economía del país está complicada, una inmensa burbuja tiene que desinflarse, un montón de distorsiones tienen que corregirse, un país entero tiene que recuperar la memoria de aquella olvidada ocupación llamada “producir”, todo un inmenso sector público tiene que mutar de ser una estructura dedicada a complicarle la vida al sector productivo, a ser un regulador de un proceso de creación de riqueza. Y es necesario generar un profundo cambio de mentalidad en todos los servidores públicos para que dejen de mirar al sector privado con infinita desconfianza.
Y la urgencia de esas reformas debería ser clara por la crisis en la que estamos, crisis que se vuelve evidente no sólo por la caída del PIB, sino también por la caída del empleo adecuado y por la inminente deflación.
En otras palabras, la urgencia de esas reformas debería ser evidente por el “dolor” que se siente cuando una economía que se dedicó a construir centros comerciales y restaurantes de lujo, de golpe, se da cuenta que ya no tiene los recursos para comprar todo lo que vendían los centros comerciales ni para llenar todos los restaurantes de lujo.
Pero el gran problema es que en 161 días tenemos elecciones presidenciales y a ningún gobierno en el mundo le gusta llegar impopular al día de las elecciones. Y para eso nada mejor que evitar que la economía sienta lo que duele una crisis de magnitud.
Para aplazar el dolor de una crisis, lo ideal es endeudarse, sobre todo, contratar deuda externa, es decir, recursos que aunque sean costosos, reactiven la economía y reduzcan el malestar en la población. Entre enero y julio de este año, la deuda externa en el Ecuador creció en 3,564 millones, o sea, a un promedio de 509 millones al mes.
Esa es una enorme cantidad de dinero, una cantidad suficiente como para limitar la sensación de crisis, pero así fuera mucho mayor, no sería suficiente como para atacar las causas de la crisis, causas que no se curan con dinero, sino con reformas.
Es una cantidad suficiente como para anestesiarnos, pero cuya capacidad sedativa es temporal y que sólo puede dar una sensación de alivio, una sensación temporal de tranquilidad, un espejismo de que la situación está menos mal de lo que parece.