Esa farragosa corrección política del ‘todos y todas’, que tanto daño hace al idioma, no será la única herencia discursiva de la revolución ciudadana.
De un tiempo acá, sus principales voceros, con el Presidente de la República a la cabeza, se han encargado de imponer en el debate público un glosario de eufemismos para aplacar los problemas del Ecuador. La gran plataforma mediática y propagandística de este Gobierno permite que la voz de esos interlocutores tenga alcance e influencia.
Es paradójico, hace 10 años, cuando los revolucionarios trazaron su ruta hacia Carondelet, se empecinaron en cuestionar todo lo que la llamada partidocracia hizo en las décadas anteriores y, sin el interés de buscar puntos de equilibrio, la corrupción, el entreguismo, la mediocridad o la traición se convirtieron en las palabras favoritas para describir ese país que se ofreció cambiar.
Ahora, ese mismo Gobierno es el que pronuncia -y exige pronunciar- las palabras más ponderadas a la hora de evaluar los resultados de su gestión. Por tanto, el Ecuador no vive una crisis económica. ¡Mucho cuidado con así decirlo!, pues lo que tenemos en realidad es una desaceleración económica.
Y este fenómeno, repetido mil veces en sabatinas y pseudo-debates, no es producto del gasto dispendioso y poco fiscalizado del ‘boom’ petrolero, sino de una política de inversión, donde cualquier error es de buena fe.
Además, como la culpa es del petróleo barato y del dólar caro, el Ecuador no es que debe endeudarse para cubrir su déficit fiscal. El eufemismo gubernamental nos explica que el Estado tiene, únicamente, necesidades de financiamiento (millonarias por cierto).
En su deseo por mantenerse en el poder, el correísmo ha decidido suavizar su imagen, por eso el inconsulto plan de la reelección indefinida se cubrirá con el barniz de las enmiendas constitucionales tramitadas en derecho por una aplastante mayoría verde. El 2016 dará paso a una campaña electoral edulcorada, donde las palabras que se usen no mostrarán una realidad que ya es preocupante.