El alto el fuego no es, todavía, la paz

El acuerdo firmado en La Habana es una buena noticia pero no es la paz. Es una puerta para superar más de medio siglo de sangre y dolor.
Largas negociaciones se llevaron a efecto entre el gobierno liberal de Juan Manuel Santos, los cabecillas de la guerrilla narco-terrorista y los países facilitadores.

Muchas veces todo parecía sucumbir.
Más de 200 000 muertos, unos ideales revolucionarios que buscaban un cambio en pro de una justicia social para los postergados y que luego se perdieron ahogados en sangre, en la orgía del dinero fácil del narcotráfico y el absoluto extravío de la sensibilidad y el respeto por la vida humana.

Es curioso que el inicio de las conversaciones de paz solamente fuese posible gracias al trabajo duro de las Fuerzas Armadas, comandadas por Santos, como ministro de Defensa, y bajo la obstinada persistencia del presidente Álvaro Uribe Vélez y su lucha contra la guerrilla de las FARC. Esos duros combates debilitaron a la insurgencia, cortaron su comunicación y la arrinconó hasta que los comandantes se convencieron de que la toma del poder era cosa imposible y accedieron a negociar.

Sin embargo, la firma del alto al fuego, con el atento testimonio del secretario de las Naciones Unidas, Ban Ki - moon, es un paso importante, pero no es el final del camino. Aterrizar en un proceso de entrega de armas sincero y total no será cosa fácil.

Tampoco la idea de perdonar crímenes espantosos agrada a muchos colombianos. 

Habría que procurar evitar ciertos juicios que en condiciones normales debieran hacerse y condenas que debieran llegar. Es el alto precio de la paz. Nadie quita que muchos ofendidos por los asesinatos y matanzas cruentas quieran cobrar venganza.

Luego, la inserción política debe superar la masacre que sucedió hace dos décadas con Unión Patriótica y los miles de asesinatos de ese partido de ex guerrilleros. Todo con la dura crítica de Álvaro Uribe y quienes no se resignan a perdonar terroristas.

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