El tema de las tasas de interés ha sido un asunto de conversación y análisis de los agentes económicos, tanto dentro como fuera del país. A escala internacional, la decisión tomada el pasado miércoles por la Reserva Federal de los EE.UU. (Fed, por sus siglas en inglés), de incrementar la tasa de 0,50% a 0,75%, ocasionó un sacudón en los mercados externos: el dólar se fortaleció, pero el euro y otras monedas latinas tuvieron un declive.
Con un dólar más fuerte, las exportaciones en esta moneda -las ecuatorianas- se encarecen y además el acceso al financiamiento se vuelve más costoso. También, los inversionistas se refugian en el dólar y no en otras materias primas, como el petróleo, lo que pudiera frenar el aumento de su precio. Por lo tanto, en gran parte de los países en desarrollo existe preocupación por el posible impacto de la decisión de la Fed.
Casa adentro, el tema de las tasas de interés también está bajo análisis. Muchos se preguntan: ¿por qué no bajan, si dicen que existe una mayor liquidez en el sistema financiero y más bien la autoridad monetaria decidió incrementar el encaje bancario?
Las autoridades de la Junta de Regulación Monetaria y Financiera no han descartado revisar los techos de las tasas que actualmente rigen para el mercado, como un mecanismo para reactivar el crédito.
Desde el sector financiero, una revisión de las tasas dependerá de las condiciones económicas del país y de las garantías que ofrezcan los demandantes del crédito, más allá de la frase célebre de Mark Twain: ‘el banquero es un señor que nos presta el paraguas cuando hace sol y nos lo exige cuando empieza a llover’.
Sin embargo, en las condiciones actuales, ad portas de una campaña electoral, con un proyecto de ley de plusvalía que inquieta, con una inflación a la baja, con un desempleo al alza y sin la certeza de que no habrá nuevas reformas tributarias en los próximos cinco meses, por más que bajen las tasas de interés, la falta de confianza en las políticas públicas no provocará una avalancha de préstamos.