La revista Time y Financial Times han designado a Donald Trump como el personaje del 2016.
Pero si se le cree a la Agencia Central de Inteligencia (CIA), que concluyó que con los ataques de sus ‘hackers’ Rusia intervino en la elección presidencial de EE.UU. para que el magnate ganase, no resulta descabellado plantear otra tesis. Una que señala que la personalidad del año es, en realidad, Vladimir Putin, y no Trump.
No solo eso: el Mandatario ruso, que reina en su país desde el 1 de enero del 2000 y exhibe una alta popularidad, bien puede ser catalogado como el líder más poderoso del planeta o el segundo en esa particular lista.
¿Por qué? Pese a la negativa del Kremlin, se descubren algunos indicios de que la intervención rusa incidió en la derrota electoral de la demócrata Hillary Clinton, cuyas posturas -así como las del saliente presidente estadounidense, Barack Obama- resultaban ‘odiosas’ para Moscú.
Putin también demuestra su hegemonía en otras cuestiones. Al final de cuentas, ha terminado por colocar mejor sus piezas en el ajedrez geopolítico que ha jugado en estos años con Washington y Occidente.
En temas tan sensibles como la guerra civil en Siria, la ‘recuperación’ histórica por parte de Rusia de Crimea, el conflicto en el este de Ucrania, etc., ha primado la opinión del ‘zar’ del Kremlin. Este, en definitiva, ha logrado que el déspota Bashar al Asad, uno de sus protegidos, se mantenga en el poder de Siria, pese a las atrocidades que se imputan al régimen de Damasco, en una confrontación que desde el 2011 ya ha causado más de 300 000 muertes y 2 millones de heridos.
Y el exespía del KGB (las siglas en ruso del extinto Comité de Seguridad Estatal) parece tener el viento más a su favor con algunas decisiones de Trump, quien le ha confesado su admiración. En concreto, el director de la petrolera ExxonMobil, Rex Tillerson, un hombre con estrechos lazos con Moscú y muy amigo de Putin, estará al frente de la diplomacia estadounidense. ¿Qué más puede pedir?