El candidato Lenín Moreno sigue siendo rehén de las lógicas de Alianza País. En los últimos días de campaña prefiere apegarse a la estrategia de un aparataje propagandístico apabullante y no correr riesgos en terrenos frágiles que, desde su óptica, pueden afectar sus aspiraciones electorales.
El capítulo más reciente se escribió el fin de semana con el fallido diálogo presidencial convocado por la Red de Maestros, gremio afín al oficialismo. El sábado, esa organización anunció que suspendía el encuentro, una vez que había impuesto a último momento a ambos postulantes la obligación de que presentaran una declaración de bienes con carácter innegociable.
Pese a que la Red había convocado hace varias semanas al diálogo, súbitamente impuso condiciones cuando el candidato de Creo, Guillermo Lasso, aceptó participar.
Lo ocurrido muestra una vez más las limitaciones de Moreno para moverse fuera de la densa, pero segura, estructura del oficialismo, caracterizada por esquemas verticales. Sobre todo, de espacios donde los disensos y la confrontación de ideas están ausentes, aunque son indispensables para enriquecer el debate público.
Ayer se conoció que tampoco se realizaría el debate organizado por la Cámara de Comercio de Guayaquil, por cuanto Moreno no confirmó su asistencia. Eso, más allá de las diferencias semánticas (debate-diálogo), contrasta con las continuas ofertas de Moreno de estar dispuesto a conversar con todos los sectores de la sociedad si llega a la Presidencia.
La práctica del debate, que es una tradición en Estados Unidos y Francia, se realiza en la región de forma intermitente. Argentina fue el último país en incluirlo de manera obligatoria en su legislación y lo aplicó en las últimas elecciones presidenciales. Ecuador debería seguir su ejemplo, no tanto como una exigencia para los postulantes sino como una reivindicación del derecho de los ciudadanos a conocer las propuestas de los candidatos, sin que solo medie el espejismo de la propaganda.