La cumbre Hábitat III está por comenzar en Quito y una de las grandes dudas que se deben despejar es si este cónclave, que reúne a representantes de ciudades de 193 en el país, podrá realmente pronunciarse por lo que se conoce como “descentralización efectiva”.
En el borrador de la Nueva Agenda Urbana, la cual se debe aprobar en Quito, se mencionan las virtudes de la descentralización efectiva como un “motor de cambio” que renovará las relaciones entre las ciudades y sus gobiernos nacionales.
Se supone que la descentralización (o sea, la transferencia de facultades para tomar decisiones) podrá generar una potente política de cooperación entre los administradores de las ciudades y el Gobierno, y propiciará un mejor suministro de servicios públicos y mejores prácticas democráticas.
Mona Harb, investigadora de la American University of Beirut y activista libanesa, alerta sin embargo sobre un peligro: que realmente los Gobiernos se comprometan a la descentralización, en especial si los gobernantes sienten que los alcaldes les compiten en el delicado territorio de la popularidad, los votos y las elecciones.
Harb alerta sobre los ejemplos que se ven actualmente en los países árabes y en regímenes autoritarios de cualquier tendencia ideológica: aunque exista un apoyo a la descentralización de palabra, en los hechos no es así. O bien controlan de facto a las ciudades eligiendo a los alcaldes, o bien recurren a diversos mecanismos legales, administrativos y fiscales para frenar e incluso impedir la autonomía de las ciudades, sobre todo cuando el alcalde es opositor.
Harb sostiene que Hábitat III debe consagrar una estrategia que limite la capacidad de intervención de los poderes centrales en las decisiones que deberían tomar las ciudades y sugiere que se fortalezcan los sistemas de participación ciudadana. Que se debata en los barrios, en los gremios, en organizaciones de mujeres… En fin, que la gente realmente se haga cargo de su ciudad.