La expectativa que existía en los partidos de oposición al Gobierno, sobre mantener la unidad luego de las elecciones presidenciales, se diluye con el denominado Diálogo Nacional que impulsa el oficialismo.
El Gobierno ha logrado -hábilmente- atraer a los principales líderes de esos movimientos y partidos, a través de propuestas puntuales y de beneficio mutuo.
El presidente Lenín Moreno se dio un apretón de manos con el líder del Partido Social Cristiano (PSC), Jaime Nebot, el alcalde de Quito, Mauricio Rodas (Suma), y la primera autoridad de Cuenca, Marcelo Cabrera (Movimiento Igualdad).
Además, se ha logrado un acercamiento con el movimiento indígena, a través del primer indulto a un líder sentenciado que participó en las protestas contra el Gobierno pasado. Y, a través de siete mesas de diálogo, se espera resultados similares con otros sectores que pudieran representar un problema para la gobernabilidad.
Así, el Régimen actual aplaca un incendio antes de que se propague y se convierta en un problema real para la nueva administración. Lo hace incluso sin dejar víctimas o viudas políticas en el camino.
En el pasado, la estrategia oficialista con la oposición se basó en la confrontación, el ataque mediático, la descalificación sistemática y la persecución judicial.
El resultado que dejó luego de 10 años fue una polarización política que se reflejó en los resultados de los comicios generales. Casi la mitad de ecuatorianos
Ahora, en esas nuevas circunstancias, la perspicacia gana terreno en Carondelet y comienza a curar las heridas abiertas. Sin embargo, para garantizar la gobernabilidad a mediano plazo, el Presidente deberá mostrar que el diálogo nacional realmente es una política pública. Y que no se trata de una distracción más para ganar tiempo, reconfigurar el poder de un partido político y volver a centralizar las decisiones de Gobierno.