Durante mucho tiempo América Latina construyó su visión “en contra de algo” pero ha reflexionado muy poco sobre el concepto de “a favor de algo”. Los que tienen territorios cercanos a los EE.UU. dibujaron su independencia como contestación al “imperio”. El mismo que ahora con una realidad económica complicada decide dejar de gastar gradualmente USD 10 mil millones mensuales en esa aventura afgana de la que nadie históricamente ha salido con éxito. Obama presionado por la realidad -que finalmente decide la historia- concentrará esfuerzos a nivel interno más que en su proyección “imperial” externa que le ha traído no pocos enemigos. Eso justo definió el carácter de la discusión en América Latina por un buen tiempo.
Ahora aquellos que se opusieron a ese poder del norte miran con interés hacia el oeste. El mandarinato está listo para sustituir con iguales propósitos pero sin similares métodos ni limitacones. Correa ha dicho que no está nada mal endeudarse con los chinos cuando en realidad lo que está mal es no desarrollar una política regional más intensa que asegure prosperidad y autonomía antes que pobreza y dependencia. Los que pretenden deshacerse de amos quieren seguir encadenados.
Esta conformación del ethos nacional concebido como algo en contra de algo es efectivo como recurso dialéctico pero es bastante pobre en resultados. Los cubanos lo conocen muy bien. Hicieron la revolución contra Batista y los norteamericanos para echarse alegremente a los brazos de los rusos que a cambio de una generosa ayuda de 5 mil millones de dólares anuales. Eso finalmente sostuvo por un buen tiempo la feroz dictadura de los Castros pero no hizo mejor la vida de los cubanos. Al contrario, los transformó de ser un territorio de cabarets a un gulag exportador de guerrillas y revoluciones delirantes. El pueblo no vive mejor y eso es fácilmente comprobable con cualquier visita que se haga a la isla. Es tanto el malestar que sus altos dirigentes no dejan de reconocer que “algo no funciona” en un manual gastado y viejo como sus principales referentes en el poder que no dejan de atraer la visita de la nueva dirigencia latinoamericana más interesada en conocer los relatos de los viejitos que se opusieron alguna vez a los EEUU pero que ahora no pueden resolver ni el hambre ni el empleo para sus compatriotas.
Si finalmente lo que pretende es una América Latina integrada, orgullosa, segura, equitativa y próspera es tiempo de dejar de buscar enemigos externos y concentrarse en resolver los grandes problemas nacionales cuya dimensión supera en mucho la retórica confrontacional a la que muchos líderes todavía demuestran una fascinación sin límites. Es la hora del pragmatismo y de la verdadera independencia. El resto, es nostalgia hueca.