Ganarse a los demás no es lo mismo que hacer amigos. Y que bien nos hace la amistad, esa seguridad de contar con el otro. Es una seguridad que reconforta y alienta. Nos da vibraciones alegres, positivas, al estar o saber del otro.
Con el tiempo uno adquiere el valor de la exigencia, entonces se privilegia la honestidad, esa ausencia de doble discurso, de ser consecuentes con lo que se piensa y de vivir sin apariencias ni poses. Una amistad alimentada por la honestidad no tiene precio. Con ella, uno puede ser uno mismo por las complicidades del modo de ser, sobre todo de principios y valores sobre lo decisivo en la vida (idea de bien o mal, ética, lo justo o injusto..). Al inverso, el que se lo tenía por amigo puede dolorosamente dejar de ser, si él troca principios y adopta los hechos a su conveniencia.
Como en la ruptura amorosa, las razones del que abandona no sirven, ni de atenuante del dolor de la ruptura, pues es la ruptura en ella misma que es inexplicable porque inadmisible. Que dolorosa es así la ruptura de la amistad pues el que era amigo ya no es, por sus actos pertenece a lo inadmisible e injusto, torció valores y principios para justificar lo indecible. Aún más si a la injusticia cometida cuenta justificar con los valores traicionados. El cinismo lo hace aún más doloroso.
La sociedad ecuatoriana, por coincidencia, vive para muchos esta ruptura del encanto de la amistad. Lo que debía ser –defendido con ahínco y el convencimiento absoluto del anhelo vuelto proyecto realizable- se convirtió en lo indecible, injustificable; mientras que otra parte considera que sus principios y proyectos son la realidad.
Esto lleva a la indignación mutua.
Pero sentir la amistad primaria y honesta es un paraíso, cuando además rebasa los cercanos y se constata que por principios, valores y comportamientos uno hace parte de un mundo más amplio en que somos varios a reconocernos en un mismo gesto de rechazo a la injusticia, al abuso (no solo del poder, sino del cercano o no).
Al expresar solidaridad creamos un nexo acaso más fuerte que la libido y otros afectos.
Se requiere de un momento especial para que esto emerja e integre gente diferente. Ecuador así lo hizo con el terremoto, y está ahora en vísperas de revivirlo por otra causa.
Le aseguro que, cuando este nexo se da, aún en los peores momentos, es más potente que una droga. No es que los problemas desaparecen, pero de seguro usted trona sobre la tierra. No pisa suelo, las bacterias se evanecen, el cáncer se retiene, las defensas se potencian, abrazará al verdadero amigo con ganas de pegarle al cuerpo. Ante todo, se concilia con la vida y se vuelve tan ligero como el viento que puede volar al cielo, aunque no sea creyente.
Si la mayoría dejara la trampa de la polarización política a lo mejor el país podría vivir este encuentro de valores.