Adriana Arreaza
Project Syndicate
En 2017 se espera que la región abandone la recesión, aunque con un crecimiento bastante modesto, de menos del 2%. Esto nos da espacio para la esperanza, aunque tampoco hay que ser demasiado optimistas. Teniendo en cuenta la tradicional vulnerabilidad de América Latina ante los vientos mundiales, el balance de riesgos sigue inclinado a la baja en un año que se promete incierto.
El 2017, sin embargo, será mejor que el 2016, que no empezó bien para América Latina como consecuencia de la desaceleración en China y de la anémica recuperación de las economías avanzadas. Los temores de un mayor deterioro del gigante asiático impactaron en los mercados financieros y provocaron fuertes caídas en el precio de las materias primas y en los activos de los mercados emergentes. Y aunque las preocupaciones sobre China se disiparon algo a lo largo del año, los flujos de capital siguieron desplazándose de los mercados emergentes a destinos más seguros.
El Brexit a mediados de año y el triunfo de Trump también contribuyeron a generar un clima de incertidumbre económica, elevando la volatilidad en los mercados. Y como no podía ser de otra manera en una economía globalizada, Latinoamérica vio como el financiamiento externo se limitaba, encarecía y dificultaba, y las monedas se debilitaban, reduciendo así el margen de maniobra de los bancos centrales y la capacidad de financiar las cuentas externas y fiscales. Este contexto, además de evidenciar la fuerte dependencia de Latinoamérica a los vientos económicos internacionales, contribuyó a que el PIB regional se contrajera por segundo año consecutivo (alrededor del 1%), por debajo de cualquier otra región emergente.
Pero como en muchos otros ámbitos del desarrollo de América Latina, el impacto de los choques externos -así como la respuesta de políticas públicas para adaptarse a la situación- se presentó de forma bastante heterogénea en función del país.
Quizás la principal noticia del pasado año fue la intensidad inesperada del deterioro de la situación económica en algunos países y la incapacidad de otros para recuperarse. Argentina y Ecuador entraron en recesión en el primer semestre, uniéndose a Brasil y Venezuela, donde la contracción se profundizó aún más. Paralelamente, el resto de los países de la región continuaron creciendo, aunque a un ritmo más lento.
El deterioro de la actividad económica impactó en los mercados laborales y también en los hogares latinoamericanos: menos empleos de calidad, reducción en las remuneraciones, más empleos por cuenta propia y alzas en los precios provocaron una reducción del poder real de compra de las familias, que bien puede significar un aumento de la pobreza. Algunos de estos desbalances comenzaron a revertirse a partir del segundo semestre. La inflación cedió en varios de los países -particularmente en aquellos con metas de inflación-, la recesión parece haber dejado de empeorar en Brasil y Ecuador.