La tarde y noche del domingo, el resultado de las elecciones en Francia trajo un respiro en una parte importante del mundo: Europa.
Con casi 10 millones de votos más, cerca del doble de su contendiente en el balotaje, Emmanuel Macron ganó la presidencia de Francia. 65.68%, contra el 34.32%. Contundente. Los mensajes son múltiples y las expectativas, muy grandes.
Luego de la posesión la primera interrogante es la próxima composición del poder legislativo donde se expresará el nuevo momento político que vive Francia cuando dos corrientes que han mostrado su fortaleza durante los últimos años, el gauillismo y el socialismo, no pasaron a la segunda vuelta pero tendrán representación parlamentaria, junto con el insurgente liberalismo de ¡En Marcha!, del presidente electo, la derecha ultrista del Frente Nacional, de Le Pen, y el populismo izquierdista, de Mélenchon, habrá que verlo que sucede.
Esta semana se han vertido toneladas de tinta (y millones de bites), analizando el fenómeno Macron, tratando de comprenderlo, reinterpretando el mensaje interno de Francia y a su vez el nuevo momento de alivio que su éxito supone para Europa.
Abundan las expresiones en todo el Viejo Continente. En Alemania, la canciller Ángela Merkel reaccionó con júbilo. Dijo que era una victoria espectacular. Ella ha sido pieza crucial de la Unión Europea en tiempos difíciles. La crisis económica, que afectó a varios países, y que casi hunde a Grecia, gracias a las pócimas de Varufakis; la fuerte corriente migratoria y la salida de Gran Bretaña, con la decisión del voto por el Brexit para dejar la Unión, ponen en jaque algunos aspectos. Pero los grandes retos suelen fortalecer a las instituciones.
Francia, con Alemania son dos puntales claves en la Unión y el esperpéntico discurso aislacionista de Marine Le Pen ponía en dudas muchas cosas.
Ella quería reforzar las fronteras de Francia, cuestionaba el espacio Schengen, que ha sido signo en la UE. Además, podría haber empezado un proceso de desgrane del grupo comunitario, que tanto trabajo costó para situar en el nivel de una potencia que sabe trabajar unida respetando sus diversidad. Es verdad que, como se publicaba esta semana en El País digital, algunos de los temas de Francia, con Macron a la cabeza, no son del todo aceptados por la Unión, pero su voluntad de seguir adelante con el proceso es incuestionable.
Para el joven presidente electo los retos son enormes. La sociedad francesa ha sido castigada por el terrorismo, una parte de su población ve como una amenaza la descomposición política y los integrismos religiosos de Oriente Próximo y el norte de África. La cuestión de Argel todavía se la lleva como una situación en términos históricos reciente. El peso que Francia ha absorbido para apuntalar la UE es otro tema delicado. Su victoria y los símbolos que alguien advertía: pasar del Arco del Triunfo, que empezó a construir Napoleón, a la Pirámide de Mitterand, en el Museo de Louvre, son todo un mensaje de Macron.