Nada en Venezuela, como en otros países del denominado “socialismo del siglo XXI”, es comprensible o permite interpretaciones que puedan sostenerse con idoneidad. No es posible admitir que luego de una debacle económica histórica; más de 100 víctimas civiles desarmadas por acción de las fuerzas de seguridad; con una abrumadora concurrencia a un referéndum revocatorio de siete y medio millones de ciudadanos y con las dos terceras partes opositoras en la Asamblea, el gobierno triunfe ampliamente en las elecciones regionales con 18 estados sobre 23. Pero así sucedió. Más que intentar una explicación con la denuncia de un fraude indemostrable cuando el organismo electoral es absolutamente dominado por el régimen, es necesario considerar la hipótesis de que cualquier episodio –violento o no violento- puede suceder en los próximos meses o años y durar décadas.
El desconcierto producido en la Mesa de la Unidad Democrática es dramático; probablemente, a causa de egoísmos o protagonismos enloquecidos, además de graves errores tácticos y logísticos; añádase, la invitación al suicidio de la abstención que termina siendo un aporte pasivo al régimen. La MUD ha sido una de las excepciones inscritas en la escasa lista de concertaciones políticas exitosas en América Latina, incluida la experiencia histórica de la propia de Venezuela. Pero desde el triunfo en las legislativas del 2015, importantes actores de sus filas solo piensan en las futuras presidenciales y se olvidaron de las inmediatas regionales. En consecuencia, no todo es culpa de Maduro y de Cabello.
Cuando se combate una dictadura el triunfo es a costa de prolongados sacrificios y el logro se alcanza cuando se acumulen conglomerados ciudadanos cada vez más crecientes hasta convertirse en una fuerza avasallante. El triunfo del No en Chile fue un proceso de gran pedagogía en las luchas, donde lo más terrible no son las derrotas o las caídas sino el desaliento, que hoy puede estar cubriendo al pueblo venezolano que luchó y murió en las calles y acaba de perder en la mayoría de las mesas regionales No se trata de quien suceda –algún día será– al régimen chavista sino de mantener la esperanza de que sucederá.
El pueblo chileno tuvo la ventaja de la visita del papa Juan Pablo II que instaló como mandamiento la alegría. No es que había que olvidar el dolor y el horror sufrido, pero tenían que salir adelante con fe y alegría. Empezó entonces a labrarse la derrota de la dictadura.
En el balance hay que considerar los costos de un triunfo fraudulento y señalar hechos muy negativos para la jerarquía chavista. La situación económica y social es lacerante y hay un entorno mundial que niega cualquier acreditación democrática a Maduro. No hay que hacer maletas para el exterior ni mochilas para la montaña, pero si trabajar en la unidad que si lograron Gallegos y Betancourt.