Los alemanes finalmente han logrado exorcizar su pasado nazi.
Hablando desde la Bernauer Strasse, a 25 años de la caída del Muro de Berlín y a casi 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, la canciller de Alemania, Ángela Merkel, nos recordó que “la caída del Muro nos demuestra que los sueños pueden hacerse realidad y que nada tiene por qué seguir como estaba, sin importar qué tan altas sean las barreras”. Nos mostró que “podemos cambiar las cosas para mejorarlas”; que Alemania reencuentra su identidad milenaria y que los alemanes por fin lograron “hacer las paces” entre ellos mismos, o como se dice en alemán, ‘Aufarbeitung’, una expresión que en inglés significa “coming to terms”.
Ligo los dos sobrecogedores acontecimientos, la Segunda Guerra y la caída del Muro, porque fue también otro 9 de noviembre, en 1938, cuando tuvo lugar la noche de los cristales rotos. Esa negra noche en la que las brigadas nazis anticiparon los horrores del Holocausto persiguiendo a los judíos y destruyendo sus sinagogas y sus negocios por toda Alemania.
Este domingo, después de tantas vicisitudes, creo que los alemanes finalmente han logrado exorcizar su pasado nazi y conjurar su pasado comunista para recuperar su identidad. Una identidad forjada muchos siglos antes de que estos dos horrores del siglo veinte ensombrecieran su historia.
Mi primera visita a Berlín fue en 1968, y llegar a Berlín desde Varsovia fue complicado. Solo había un corredor para autos y camiones que desembocaba en un paisaje desolador de edificios abandonados, áreas minadas, perros iracundos, alambres de púas que coronaban un Muro que se extendía una eternidad. Las autoridades de Alemania oriental justificaban la construcción del Muro diciendo que era para proteger al pueblo del fascismo. Del otro lado del Muro, la Policía reprimía a los estudiantes que cuestionaban el sistema político, el silencio de sus padres sobre su pasado nazi, la guerra en Vietnam y la visita del Sha de Irán. Lo predominante era la desunión.
Volví a Alemania en noviembre de 1987, cuando los vientos de rebeldía que soplaron en Hungría en 1956, en Praga en 1968, en Gdansk y Varsovia en los 80 y en la propia Unión Soviética con el glasnost y la perestroika de Gorbachov cimbraban los cimientos del Muro. En el 2005, en Magdeburg, platiqué con hombres nostálgicos que añoraban el estado de bienestar de la Alemania oriental. En el 2010, en el Memorial de Buchenwald pude observar el asombro de los jóvenes alemanes al contemplar los horrores que cometieron sus abuelos.
Hace apenas un mes visité el Centro de Documentación de Núremberg, donde se expone el pasado nazi con honestidad, sin disfraces, sin disculpas en la exhibición permanente ‘Fascinación y terror’, y me convencí de que finalmente Alemania había logrado hacer las paces con su pasado edificando museos que educan a las nuevas generaciones sobre los horrores de su pasado sin disfraces ni disculpas.
El Tiempo, GDA, Colombia