Seamos sinceros: nadie quisiera jamás que una cabina de teleférico pase por encima de su casa ni mucho menos que la frecuencia de ver ese objeto bamboleándose a 12 metros de la terraza sea de cada minuto. No es precisamente el paisaje que uno se espera disfrutar en, digamos, un asado familiar.
Aunque es verdad que el bien público es superior al bien particular, también es cierta otra cosa: Una idea tan delicada, como atravesar el corazón de una urbanización (cuya plusvalía está determinada entre otros asuntos por la tranquilidad que ofrece a sus moradores) con un sistema de transporte aéreo, debe ser tomada con la mayor cautela, serenidad y argumentación.
El proyecto de los Quito Cables, o mejor dicho su última versión afinada por la Escuela Politécnica Nacional tras varios estudios, pretende transportar al día a 30 000 personas entre la Roldós y la Ofelia mediante un teleférico que cruzará la urbanización El Condado. El costo de esta iniciativa es de 44 millones de dólares. Los anuncios de las autoridades dejan en claro que está cercana la asignación y el inicio de las obras.
El alcalde Mauricio Rodas debe meditarlo con más calma. La urgencia de resolver el drama (¡por que es eso, un drama!) de transporte que sufren la Roldós, la Pisulí y Colinas del Norte en general es real. Y es excelente que el Municipio esté decidido a atender a esos populosos sectores. No es justo que esos quiteños se arriesguen cada día en baldes de camionetas o que caminen como beduinos por la falta de una unidad de transporte ¿Quién puede oponerse a esa acción?
Pero quizás, para tranquilidad no solo de los que expresan que el teleférico no es la obra que esos sectores necesitan sino de toda la opinión pública, el Alcalde debe realizar algo más que una ‘socialización’ (horrible palabra de moda), sino un gesto personal de acercamiento, apertura y democracia. Una salida sería exhibir todos los estudios de movilidad de la zona y, con el poder de las cifras, elegir lo mejor para todos los involucrados.