¿Por qué los ecuatorianos beben tanto? Fue la pregunta que me lanzó el Decano de Medicina de la Lumumba de Moscú. Me quedé de piedra, no supe qué contestarle y opté por poner cara de asombro. El episodio ocurrió hace más de 25 años, lapso que media entre una generación y otra. Parece que el alcoholismo ha ido de mal en peor entre nosotros, tanto como que al presente también las jóvenes beben y el vicio se inicia en niños que no han concluido la escuela.
Estudios sistemáticos sobre el alcoholismo van demostrando que se trata de una enfermedad social, un problema de salud pública al afectar a una parte significativa de la población. La angustia, la inseguridad y el tedio como resultado de entornos signados por la inequidad, la inoperancia de la justicia, esas esperanzas frustradas, pues como siempre todo vuelve a lo mismo.
Raíces muy antiguas las del alcoholismo en nuestro país. El de los indios desde el momento en que fueron vencidos por fuerzas superiores, imbatibles. En la provincia del Chimborazo, en la que se dieron las más importantes rebeliones indígenas, tirados en las cunetas se veían hombres y mujeres borrachos hasta la inconsciencia los días de feria. Fugas al desconcierto la euforia alcohólica que no conducía a nada.
Esa música triste de los mestizos serranos. Música que invitaba al trago como una forma de evasión; con letras sobrecogedoras: “Compadre péguese un trago y verá cómo las penas volando se van. El trago es bueno, más bueno que el pan”. Esa angustia, esa pesadumbre: inclusive en quienes salían del montón, llegaban a la universidad y abrazaban el marxismo-leninismo como bandera. Cuántos líderes estudiantiles cayeron abatidos por el trago. A uno de ellos le conocí de cerca pues era de mis mejores alumnos en la Facultad de Medicina de la Central. Llegó a ser Presidente de la FEUE y diputado por su provincia cuando ya sus neuronas se hallaban lesionadas y lo que de él se esperaba cayó en la nada. Pudo haber sido un político destacado y a lo mejor también un buen médico; hubiera hecho mucho por las víctimas de la inequidad y la injusticia.
He tratado el tema como enfermedad social. En tal entendimiento el ilustre obispo Leonidas Proaño en la provincia del Chimborazo logró cambios socioeconómicos: los indios y mestizos de las comunidades rurales dejaron de beber hasta embrutecerse. En los últimos tiempos por esos misterios no esclarecidos los campesinos que se vuelven evangélicos, dejan de beber. La violencia en la Costa también debe atribuirse al alcoholismo. Como enfermedad social se requiere de políticas de Estado. Eso de dejar de chupar los domingos tan solo pudo ocurrírsele al señor Ehlers, quien cuando fue candidato se disfrazó de indio, chagra y montubio.