Las rocambolescas declaraciones del consultor político Jaime Durán Barba sobre cómo fue que un “chico que casi no conoce Quito” (Mauricio Rodas) le ganó al “excelente alcalde” que era Augusto Barrera han desconcertado. No solo por el enorme nivel de ironía del relato, sino por el reduccionismo de la elección: todo fue obra de un genial marquetero.
Eso no es verdad. Es obvio que una campaña profesionalmente manejada por expertos ayuda a ganar la elección. Pero tenemos cientos de ejemplos de que eso no basta, pues también influyen los contextos, la personalidad del candidato, el humor del público e incluso una dosis de fortuna.
Primero, recordemos que Rafael Correa era el jefe de campaña no solo de Barrera sino de todos sus candidatos, lo cual explica la inapelable derrota no solo en Quito sino en las ciudades más pobladas: el Mashi era buen candidato pero no tan buen asesor político y no pudo endosar sus votos.
Luego, está cierto fastidio, cierto desgaste por el estilo controlador del Gobierno que se contagió a la impresión que se tenía sobre Barrera, a quien se acusó de convertir al Municipio de Quito en un ministerio más, al punto que los concejales, por ejemplo, tienen trato de ministros, como autos, asesores y oficinas de las que no gozan sus colegas de Guayaquil, la mayor ciudad.
Por eso, fue un error que muchos quiteños hayan votado ‘en contra de’ y no ‘en favor de’. Barrera y Correa fueron castigados en las urnas y por eso existe esa sensación de que Rodas fue elegido para que sea, más que alcalde, un férreo opositor al Régimen. Y así lo vieron también desde las filas verde-flex, que desde el primer día de Rodas en el Municipio lo han troleado para torpedear una posible candidatura presidencial del ‘chico’.
Ha sido muy saludable que Rodas haya descartado esa candidatura. Pero desarrollar su labor de alcalde con esa sombra impide reconocer sus logros y criticar sus desaciertos, de la misma manera que le pasó a Barrera, cuyos méritos no fueron reconocidos.