Causó sensación el sorpresivo pedido del Presidente de amnistía para Alberto Dahik. Confundió, dada la evidente contraposición ideológica de ambos mandatarios.
Pero las similitudes son mayores que las diferencias. Rafael y Alberto son ambos fervientes católicos. Gustavo Noboa formó en valores a una generación de estudiantes secundarios católicos de Guayaquil, preponderantemente salesianos. Entre ellos, Alberto. Diez años después, Rafael, a pesar de su vertiente lasallana, se integró al grupo.
Dahik, como Correa, estudió economía en el exterior como primer paso en la misión de destruir las taras que impiden el avance del Ecuador.
Dahik se inicia en el gobierno de Febres Cordero, donde ocupó varios cargos entre ellos ministro de Finanzas. Luego convenció a Sixto Durán Ballén a postularse a la Presidencia contra el PSC, yendo Dahik a la Vicepresidencia bajo el entendimiento que tendría vasta autoridad en el manejo económico.
Correa logró más, ya que su paso por Finanzas durante el gobierno de Palacio le abrió las puertas de la candidatura a la Presidencia.
Desde la Vicepresidencia, Dahik optó por medidas atractivas para los inversionistas. Ni bien posesionado, sobredevaluó y mantuvo los intereses altos, disipando el riesgo cambiario. El país atrajo abundantes capitales, y no se estancó a pesar del bajo precio del petróleo, USD 14, equivalente a USD 21 hoy.
El presidente Correa, con bajo crecimiento económico a pesar de usufructuar de un precio del petróleo sobre USD 70, quizá rescate hoy lo importante que fue la inversión privada durante la gestión económica de Durán Ballén-Dahik.
Es común considerar que el liberalismo económico es favorable al statu quo. Pero es tan contestatario como el socialismo. Para los liberales económicos, el Ecuador es un país de trincas que impide que nuevos actores irrumpan en la economía, dominada por empresas acostumbradas a usufructuar de posiciones dominantes con el apoyo de un Estado intervencionista.
Es contra esto que Dahik batalló, y encontró resistencias aún dentro del propio Gobierno. Por esa lucha sin cuartel, sus opositores le colgaron el mote de “terrorista económico”, que no le calzaría mal a Correa, desde la perspectiva de sus detractores.
En la víspera de su caída Dahik preparaba una campaña para denunciar la corrupción en algunos gobiernos seccionales bajo control del PSC y PRE. Pero fue él quien cayó, acusado de corrupción.
Quince años de vivir en el exilio modestamente del fruto de su trabajo, son evidencia irrefutable que Dahik no incurrió en enriquecimiento ilícito.
El presidente Correa puede identificarse con la trayectoria de Dahik; el trágico fin de su mandato le sirve de advertencia. Denuncia una conspiración en su contra a la vez que destaca la honradez de Dahik.