Pese al secretismo con el que las autoridades cubanas y venezolanas han tratado la enfermedad que aqueja al Presidente del país llanero, algo inconcebible en los tiempos modernos propio únicamente de los regímenes de corte totalitario, cada vez es más evidente que la deteriorada salud de Chávez no sólo está creando un problema político interno de inusitadas consecuencias, y aún al interior de las propias filas de su camarilla, sino que el proyecto de integración diseñado por este delirante líder al parecer no resistirá más allá de su ausencia. En el escenario no hay quién lo sustituya. Difícilmente el sucesor designado tendrá posibilidades de dirigir un plan de integración en el que participan otros mandatarios, que no verán en el elegido más atributos que haber sido fiel al proyecto. Esto de los egos es un tema imbricado. ¿Atenderá la señora Kirchner un discurso del señor Maduro con el embelesamiento que mostraba ante el coronel? Probablemente la petrochequera, hasta donde aguante, podrá seguir funcionando. ¿Pero será suficiente como para adherir como se lo hacía, casi como un credo a los postulados del ex militar golpista, cuando el orador sea el hasta hace poco ex-Canciller? En otro momento, probablemente, la Presidenta argentina habría podido asumir ese papel. Pero su segundo mandato parece que será el último, si se tiene en cuenta la resistencia ante una reforma constitucional que le permita una nueva reelección. Son demasiados los frentes al interior de su país como para dedicarse, con el ímpetu que caracterizaba a Chávez, a la causa de la Alba. Más aún si se tiene en cuenta que a Argentina le toca lidiar su política comercial con esa mitad del territorio latinoamericano: Brasil.
El resto de mandatarios puede tener la voluntad de seguir la ruta trazada pero sus países tienen muy poco peso en el ámbito internacional, como para pretender liderar un conjunto de Estados que se presentan como un contrapunto a la hegemonía global. Aún más, sin Chávez y sus delirios, habrá que ver cuán estrechas serán las relaciones con regímenes como los de Irán, Siria, Bielorusia. Quizás esa inconcebible alianza tan solo era producto de las relaciones creadas y mantenidas por la figura del Comandante pero todos saben que, en los hechos, a los países latinoamericanos casi no les aporta nada.
Sin la presencia del Presidente venezolano, más temprano que tarde, se percibirá un reacomodo de las fichas en el tablero global. Los discursos seguirán, pero en los hechos no pasará de aquello. El voluntarismo integrador de sus iniciales mentores no será suficiente para dar consistencia a un grupo de Estados para actuar de forma coordinada en el ámbito mundial. Sus intenciones correrán la misma suerte que proyectos integradores que les precedieron. Parece que la Alba, en forma muy temprana, desaparecerá en la bruma de la desmemoria.