Entronizado otra vez entre las gentes del común, está usted en riesgo inminente de perder la perspectiva justa y de creerse sempiterno. Por esto, y porque los espejismos ajenos cuando no mueven a envidia, mueven a compasión, traigo algunas consideraciones sobre el poder y sobre cómo manejarlo que, siendo de sentido común, pertenecen a todos. Y para que nunca diga que nadie le dijo lo que hoy se le dice, queden estas razones en el papel, que es una pizca menos volátil que la voz, dichas a la manera de las que un día enhebró don Quijote para Sancho, gobernador.
Se comprende su ansia por ser gobernante, pues, a lo que parece, gobernar es oficio cuyo sabor nadie desprecia, aunque tenga su intríngulis si se lo experimenta sin sentido cabal de los límites propios. La experiencia del mando aparentemente total, acrecienta el yo que va inflándose y ahuecándose a tenor de otro grave peligro que asecha al poder: el de volver al poderoso incapaz de distinguir amistad, de adulación. Hinchados como se hinchó la rana por querer ser buey, y reventó, el gobernante y sus adláteres corren similar peligro: entre infatuación y jactancia, se creen acrecentados cuando están al borde de la explosión.
Esto del poder llega ‘sin saber cómo ni cómo no’, y, sin saber cómo, se consume. Entre la nada inicial y la consunción, importa no atribuir a merecimiento propio la gracia o desgracia recibidas. No hay mayor confusión que imaginar que todo nos llega por crédito personal. Saber cuánto el azar se solaza en hacer y deshacer grandezas y honores impide caer desde muy alto. Toca tener el corazón inteligentemente disponible, y no olvidar. Y puesto que su poder se ejerce sobre el pueblo, y sin él, es decir, sin nosotros, nada es, diríjase a todos con respeto, pues que lo sostenemos. Considérenos y valórenos como se valora a sí mismo, ya que usted y nosotros somos libres y dueños de nuestra voluntad y de nuestra opinión. Usted en el gobierno está comprometiendo, mucho más que nosotros, gobernados, su propia libertad, pues tener el poder político -y los que le son anejos- exige la atadura de su voluntad al cumplimiento de los fines que nosotros le hemos atribuido, al cederle el poder. Desde que nos gobierna, presidente, usted ya no es libre de no gobernarnos; pero como el tiempo juega a favor de todos, pues contamos para nuestra vida con un lapso más corto de lo que imaginamos, interesa aprovechar para lo mejor los días de gobernar y de ser gobernados, hasta el fin.
Busque, anhele la crítica leal y profunda. Que no lo venza el miedo, el otro lado de la vanidad. Y no deje que se cuelen por los frágiles intersticios del poder, las sombras de la corrupción y la desvergüenza, más cercanos a usted de cuanto usted imagina.