A escasos cuatro meses tendrá lugar la primera vuelta electoral en la que se elegirán las nuevas autoridades que dirigirán el país en el próximo cuatrienio.
A muy pocos les caben dudas que apenas instalado el flamante gobierno, sea de la preferencia política que fuere, le corresponderá tomar medidas urgentes dirigidas a enderezar el rumbo económico y empezar lo más pronto, la tarea de revertir la tendencia actual e iniciar el lento e imbricado camino de la recuperación.
Sin duda, en un país atribulado por un discurso avasallador, el esfuerzo para abandonar paradigmas que a fuerza de repetición pretendieron convertirse en dogmas de fe, deberá ser enorme.
Aún en el evento en que quienes resultaren elegidos pertenecieren a la actual corriente política, que ha permanecido por cerca de una década en el poder, le será inminente tomar medidas correctivas porque el modelo escogido no resiste más. El tema configura una especial paradoja.
La población se acostumbró a vivir en una etapa de apogeo.
El dinero, fruto de un hecho excepcional, difícilmente repetible, fluyó como en ninguna otra etapa en la historia nacional y se vivió una fantasía que lucía inagotable.
Pero se terminó. El fin de fiesta llegó para enfrentarnos a la realidad que el camino escogido no era sostenible, que nos gastamos hasta el último centavo posible, como dan cuanta las escuálidas reservas existentes y que nos toca realizar enormes esfuerzos para servir una deuda contratada en condiciones poco ventajosas para los intereses de la nación.
En ese contexto, intentar una mínima corrección será completamente impopular, pero por algún punto habrá que empezar.
A quién le corresponda el ajuste deberá enfrentar además la crítica de aquellos que tomaron parte de las decisiones equivocadas adoptadas, pese a la evidencia de haber fracasado en otros experimentos ruinosos.
Otro segmento de la población, más radical que los que provocaron tamaño desacierto, no perderán el tiempo para denostar cualquier intento de poner en orden las cifras fiscales, con lo que la agitación social volverá a aparecer. De allí el delicado entramado en que se desenvolverá una futura acción de gobierno y el restringido espacio de maniobra que existirá para tratar de reorientar el rumbo actual.
Por ello se vuelve imperioso recabar de quienes se presenten como candidatos en estas elecciones precisiones acerca de cómo piensan enfrentar la delicada situación que atraviesa la economía ecuatoriana. Se torna indispensable, para evitar repetir los equívocos que nos conduzcan por peligrosos senderos en los cuales sea muy difícil encontrar el camino del retorno.
Hay que resaltar que cada momento que transcurre sin que se adopten los correctivos necesarios es una pérdida mayor que deteriora más aún las condiciones existentes.
Sin duda, se requieren acciones urgentes y quienes postulen para los cargos de elección popular son los llamados a brindarnos certezas acerca de la forma en que pretenden sortear esta endeble coyuntura.
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