Con el dedo índice en unos labios femeninos para abrir el pensamiento a la evocación de los recuerdos, de hechos recientes o a los anhelos futuros.
Esa inmensidad que tiene el cielo es por el silencio que le acompaña. Nosotros humanos alternamos la vida social con los silencios. Unos permanentes que tienen los sepulcros. Otros que inspiran versos iluminados por las noches de luna con sus entornos celestes o del fulgor que tiene Venus o las noches decoradas con millares de luces, como el poema 20 de Pablo Neruda: “Tiritan, azules, los astros a lo lejos y ella no está conmigo. De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Es tan corto el amor y es tan largo el olvido. Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido”.
Al hacerse el pensamiento sonido se inmortalizó en la música y después de oír a Mozart decía el español Villalonga que la única música que soporta es el silencio. La sordera de Beethoven profundizó el silencio hasta la inmortalidad en sonatas para piano y en la 5ª. Sinfonía.
Cuántos versos brotaron del silencio y hechos canción se inmortalizaron. Mario Clavel, argentino, lo hizo en “somos dos seres en uno que amando se mueren”, o el cubano Julio Gutiérrez cantó “en la vida hay amores que nunca pueden olvidarse, inolvidables momentos que grabó el corazón”, o el bolero “Bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez” de la mexicana Consuelo Velásquez.
O tros se quedaron en el verso “yo podré amar a otras como te amaba a ti, pero a ti no te amarán como te amaba yo” de Ernesto Cardenal, nicaragüense como Rubén Darío.
Y continúa el silencio en el principio de vida que tiene la libertad de pensamiento en la palabra escrita, libros, revistas, periódicos que en el siglo XXI culminan con las múltiples modalidades de Internet, pero la técnica del teclado, ya casi centenario, sigue igual y son las manos y sus dedos los que accionan la palabra y la trasladan a la pantalla luminosa para juntar dos silencios, el de las personas y el de las máquinas en complicidad para grabar y difundir ideas.
En esta década, Federico Moccia, escritor italiano, ha vendido millones de libros en varios idiomas, con títulos sugestivos de amor, como el eje de la vida: Tengo ganas de ti. Esta noche dime que me quieres. Perdona si te llamo amor. Perdona pero quiero casarme contigo. Carolina se enamora.
Y en España, Alberto Espinosa utilizó versos de una canción para su libro: Si tú me dices ven lo dejo todo, pero dime ven. Surgen del silencio del autor en las páginas y pasan al silencio de los lectores, y después de asimilarse en el interior humano brotarán las palabras habladas para continuar la vida en sociedad, dejando rastros de la existencia.