Cuán malo es aquello. Hace perder la racionalidad del respeto en la contradicción, porque nadie es dueño de la verdad.
En la educación superior que se supone debe ser escenario de rigor académico, en días recientes se han agravado diferencias entre el titular de la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación, René Ramírez, y el Rector de la Universidad Central del Ecuador, Édgar Samaniego.
La macro política de educación superior que en el Ecuador se está imponiendo se la está instrumentalizando en el despido de maestros de décadas -forzando su retiro- y su reemplazo por profesores con títulos de cuarto nivel, como única condición de calidad, además de privilegiar la dedicación exclusiva.
La Universidad Central planteó una revisión que asegure una transición no ofensiva de la docencia, lo que también han propuesto otros centros de estudios.
Al respecto, René Ramírez ha sido explícito y fulminante, declarando que jamás se va a aceptar una reforma que para el entorno del poder “sería regresar al pasado y una mediocridad, para mantener a los panas”.
Édgar Samaniego, en la sesión del 187 aniversario de la Universidad Central, el 18 de marzo del 2013, asumió el cuestionamiento a la Senescyt: “…internacionales de escasas plumas nos quieren enseñar cómo y hasta dónde debemos volar -en la Universidad ecuatoriana-, en lugar de que la experiencia de décadas de maestros universitarios, apoyados en su cogobierno, conduzca a la educación superior”. El miércoles 20 de marzo se movilizó la Universidad Central. El viernes 23 respondió René Ramírez, reafirmando la teoría de “los panas” e imputando de mala a la gestión de Samaniego. A su vez, este replicó que Ramírez maneja “desde la estratósfera la educación superior”.
No hay verdades absolutas. Ha habido y hay maestros extraordinarios que a la vez han sido profesionales de éxito sin título de cuarto nivel. Y hay titulados de cuarto nivel que en la docencia y en la función pública no han sido demostrativos de eficiencia, ni siquiera de honestidad.
Consagrar la dedicación exclusiva como condicionante para la docencia universitaria, podría alejar de la enseñanza a quienes hacen profesión y transmiten experiencias y vivencias a sus discípulos. Maestros como Jorge Zavala Baquerizo, en ciencias penales, o como Gil Barragán Romero, en derecho constitucional, para citar a dos juristas de imagen nacional que aún nos acompañan, han sido extraordinarios en la cátedra. Igual sucede con los médicos y otros profesionales.
La invocación es a la racionalidad y al respeto a los actores de la educación superior de antes y de ahora. Hay mucho que sumar y multiplicar. El agravio y la descalificación para nada sirven a la educación.