Tras nueve años de Gobierno, la revolución logró el milagro. Nos puso a todos de acuerdo. Todos estamos agotados de este tráfago.
Los más diversos recursos propios e imaginativos de la pirotecnia del mercadeo y la propaganda ya no alcanzan.
Tampoco alcanza para pagar el aparato de los servidores a sueldo de la tramoya oficial. Ya no hay tanta plata para el derroche verde flex. Los sánduches son menos sustanciosos y los lemas repetidos se oyen como una tenue, inoficiosa lluvia que se sostiene, que no moja, acaso porque dura ya el doble de tiempo que el aguacero del realismo mágico de Macondo.
Lejos están los proponentes de un respeto a la libertad de prensa y al equilibrio de poderes que se empezó a quebrantar al poco tiempo de acuñar muchos votos.
Entonces no importaron las ofertas ni las promesas, ni el verde conservacionismo cubierto por un lodo espeso del petróleo viscoso que impone el pragmatismo.
Tampoco convino fortalecer la Seguridad Social y al IESS, como ocurrió en los primeros tiempos. Hoy raquítico y carente de recursos, el Estado no quiere reconocer los dineros que le debe.
Pronto llegaron los grupos sociales que se iban desengañando del sueño de la revolución. Los compañeros indígenas pasaron a ser pronto ‘ponchos dorados’. El primer acostista desertó y convirtió a su ídolo en ecologista infantil. El fino analítico y experimentado Gustavo Larrea perdió el favor del poder concentrado.
Los sindicalistas pasaron a ser enemigos, cuando fueron críticos y se intentó partirlos con la creación de una central fiel, obediente, no deliberante.
Algunos antiguos emepedistas que sirvieron para garrotear a los diputados de la ‘partidocracia’ se convertían en escoria.
Toda la ola de deserciones se tapaba con los resultados económicos. Bonanza, superación rápida de la crisis mundial de 2008. Megaobras y carreteras, que son bien recibidas pero que las generaciones futuras han de pagar cuando se vayan los actuales gobernantes y queden las millonarias cuotas de los costosos empréstitos chinos con condiciones opacas.
El Gobierno gozó de casi 8 años de un segundo ‘boom’ petrolero. Con mucho más petróleo y con precios más altos que cuando el Régimen militar de los años 70.
Así se tejió la leyenda del milagro ecuatoriano que hasta se tragaron como rueda de molino los más admirados y sesudos analistas de otras partes, mandatarios amigos y, por cierto, miles y miles de votantes bendecidos por los subsidios mientras la fórmula de generar confianza para crear fuentes de empleo era desdeñada.
Hoy, los militares cosechan el discurso duro que han absorbido todo este tiempo los políticos opositores, periodistas críticos, maestros, indígenas y sindicalistas. Hoy, el desasosiego es general, tanto que hasta las huestes de los opositores parecen agotadas con el desgaste general del modelo, del régimen. Llegó el desobligo.