Posiblemente a las jóvenes generaciones el nombre les diga poco… Así es la historia: fugaz y capaz, al mismo tiempo, de devorar a sus propios hijos, tal como lo hacía Saturno. Y, sin embargo, Suárez, que acaba de morir y ser enterrado con los mayores honores, fue un personaje clave e indispensable, un auténtico estadista. Alguien que supo vivir con fuerza el momento presente, relativizar el propio pasado y pasar la página de una historia no siempre entrañable. Pero, sobre todo, supo mirar al futuro con decisión y esperanza.
Su origen franquista no le impidió asumir una trayectoria democrática. De él habría que destacar el talante tolerante e incluyente. Y, al mismo tiempo, su defensa de la institucionalidad, su lealtad al Rey y lo que esta lealtad representaba en aquel momento: hacer una apuesta clara por una España democrática y en paz. Había que abrir puertas y ventanas y “elevar a categoría política de normal, lo que en la calle era simplemente normal”. Estas fueron sus palabras y su apuesta.
La democracia real, la que la gente vive día a día, a caballo de esperanzas y decepciones, no necesita sectarios ni prepotentes ni dogmáticos, sino hombres y mujeres capaces de escuchar, mediar, pactar y acoger las diferencias.
La historia de España no ha sido fácil. El franquismo surgió de una guerra civil fratricida. Y la democracia, de una dictadura cada día más distante de la realidad. Las dos españas necesitaban perdonarse mutuamente muertos y ofensas y dar el salto de la libertad. El Rey, Adolfo Suárez, Santiago Carrillo, Felipe González y otros muchos hicieron posible lo que parecía imposible: que el franquismo quedara enterrado con Franco, bajo la misma pétrea y pesada losa.
No les escondo la fascinación que siempre ejerció sobre mí la historia de la transición española a la democracia. Supuso un imaginario democrático, una convicción y un esfuerzo que me acompañó toda la vida. Es curioso que, una vez más, sea la muerte la que resucita al mito. Suárez y la transición fueron referenciales a escala mundial. La fecundidad de aquella historia marcada por los Pactos de la Moncloa y por la Constitución de 1978, por la capacidad de pactar, de renunciar a intereses personales o de partido y por el amor a la institucionalidad.
A la luz de esta historia, queda en evidencia la debilidad de democracias que se asientan sobre el resentimiento o el desencuentro. Solo así se entiende la mala calidad de muchas democracias latinoamericanas, en las que arribismo, nepotismo, corrupción, reelecciones amañadas, concentraciones de poder, propaganda y pajaritos sustituyen la auténtica participación democrática.
Suárez, con sus luces y sus sombras, fue un gran demócrata, que supo, en el momento justo, entusiasmar a todo un pueblo. Hizo su papel y asumió el retiro con enorme dignidad y discreción. Que Dios lo acoja en sus brazos.