Muchos países de la cultura occidental que constituyen más de la mitad geográfica del mundo, estuvieron repletos de adioses al año que fenecía para vivir los primeros minutos del 2013. Millones de personas en Europa llenaron plazas y avenidas en París, Londres, Berlín, Moscú, Ámsterdam, Bruselas, Varsovia, Praga, Budapest, Viena, Roma, Madrid, Lisboa; y en América, Nueva York, México D.F. Río de Janeiro, Sao Paulo, Buenos Aires, Santiago, Lima, Panamá y otras ciudades, a las 12 de la noche se auguraron felicidades. Atrás quedó el pesimismo. Aquí en Quito, Guayaquil y otras ciudades millares habremos expresado anhelos de volver a vivir en plena democracia para admirar sus pilares: Legislativo y Judicial autónomos del Ejecutivo, todos disfrutando del aire que genera la plena libertad de expresión y el surgir potente de la ciudadanía en movimientos y partidos políticos.
En los rincones del alma se anidan tantos recuerdos y todos provenientes de la sucesión infinita de adioses. El diario vivir está formado de secuencias, desde el sol que busca espacios en las sombras de la noche para abrir la luminosidad de sus entrañas y despedir a las tinieblas. Luego comienzan las jornadas de trabajo que son adioses a los necesarios descansos y los ciclos siguen cumpliéndose fielmente en los seres humanos.
Los adioses son personales, y causarán tristezas cuando rompan la armonía que forjó el tiempo sin considerar espacios fugaces, cortos o largos que al incorporarse a su región cerebral se hacen intemporales y pueden acompañarse con manantiales de llanto, en medio de congojas. Cuántas despedidas habrán sido fuentes de versos, relatos, cuentos, canciones y novelas. Al salir del registro neuronal en búsqueda de la palabra escrita que se difundirá hasta cumplir el objetivo de la inmortalidad, y será el pan espiritual que se asimila en la lectura, con más deleite cuando forman páginas que ávidas manos tocan las palabras, causando un placer ya centenario que no podrá ser vencido la Internet.
De tiempo en tiempo, pueden volver a leerse para disfrutar recuerdos de amor como expresé en un cuento: “Serían decenas de minutos que parecían segundos hasta el pitazo preventivo para el abordaje del tren, y nuestras manos seguían enlazadas para desprenderse hacia el último abrazo doloroso y envolvente. Subí las gradas del vagón que parecían cerrarse a mis pasos. Busqué una ventanilla para ver su rostro con mis ojos desorbitados y mis brazos se alargaban al infinito para acariciarlo una vez más, pero su imagen fue haciéndose horizonte de adioses”.
Así, nuestros adioses personales y colectivos seguirán sucediéndose hasta el fin de los tiempos .