El último jueves murió parte de mí. Fueron más de 40 años leyendo, admirando, siguiendo, a García Márquez, el hermano de mi buen amigo Eligio, quien me lo enseñó a conocer mejor a partir de una caja de cartón llena de libros.
Eligio escribiría después dos volúmenes sobre la literatura de su hermano: La tercera muerte de Santiago Nasar (Crónica de una muerte anunciada) y Tras las claves de Melquíades (Cien años de soledad), esta última publicada en el 2001, tras su temprano deceso, a los 53 años. Por la diferencia de edades, Gabriel sintió que Eligio era para él como un hijo. “El que yo tuve con mi madre”, solía decir.
Ahora el Gabo se nos fue, con todos sus secretos y lealtades apretados al pecho. Digamos adiós al conspirador ilustre, al creador maravilloso que anhelaba de niño ser prestidigitador, al escritor fuera de serie, el más universal de la América Latina, a uno de los hombres que más amaba la vida. “Cambiaría todos los libros por la posibilidad de seguir viviendo -dijo alguna vez-. Mi verdadera vocación no es la de escritor, sino la de estar vivo”.
Morirse era entonces, para él, apagarse de pronto, como se apaga una bombilla. Y aquellos que se morían de infarto fulminante habrían sido siempre los más felices.
Gabo murió en la cama, como había sido su deseo, y rodeado de sus seres queridos. Lo que le asustaba no era morirse ni estar muerto, sino el tránsito entre este mundo y el otro, el estarse muriendo. “Que la idea de la muerte no me distraiga de lo que estoy haciendo, porque lo que va a quedar es lo que uno haga de vivo” Y él sólo hizo lo que le dio la gana: vivir para contar. Como escritor, no le quedaría sino reiterar acerca de la muerte una lamentación: “Es la experiencia más importante de mi vida sobre la cual no podré escribir una novela”.
A quienes ignoran la rica y extensa obra de García Márquez les sugiero comenzar cuanto antes a enmendar su falta. Lo amarán apenas se sumerjan en sus cuentos y novelas. A mis colegas, los escritores y periodistas del mundo, los abrazo y les digo lo que dijo él mismo del magnífico Tomás Eloy Martínez: “¿Cómo se va a morir, si es el mejor de todos nosotros?”.
En la intimidad he empezado también a releer y recordar escuchando la música que más le gustaba: el Tercer concierto para piano de Bela Bartok, la elegía vallenata a Jaime Molina, su bolero favorito, Perfidia, una que otra ranchera y las canciones de Manuel Alejandro.
La Cueva simboliza la cofradía de amigos y lugares que animaron a Gabito en los años cincuenta, época que él mismo dijo recordar como fundamental y deslumbrante. Fueron los amigos del Grupo de Barranquilla, quienes le prestaron los libros de escritores que alimentarían la construcción de su obra maravillosa.
Nuestras sentida condolencia. Al mundo, la reiteración del compromiso de seguir convocando, en su nombre y el de sus amigos, la imaginación como instrumento de cambio.