Las organizaciones no gubernamentales (ONG) fueron pensadas para que los miembros de la sociedad civil tengan un instrumento que les permita relacionarse mejor con el Estado y con los demás participantes de esa misma sociedad civil.
En ese sentido, el espíritu de las ONG ha sido eminentemente cívico porque su labor ha servido para fortalecer el rol de los ciudadanos y de sus comunidades en temas tan variados como el medioambiente, la música, el trabajo social, el empresarialismo, la participación política y tantos otros.
Ante la ineficacia –y, a veces, hasta desidia– de los gobiernos, las ONG tuvieron el mérito de refrescar el diseño y ejecución de las políticas públicas, aportando con enfoques nuevos que permitieron entender y tratar mejor los fenómenos sociales, económicos y políticos de los países en donde han estado.
Por esta razón, me atrevería a decir que la labor de las ONG incluso permitió cambiar la visión que se tenía de la gestión pública, pues algo que se creía de competencia exclusiva de unos burócratas sentados tras un escritorio pasó a ser entendido como una tarea que exigía grandes dosis de compromiso y cercanía con las personas o comunidades a las que se estaba atendiendo.
Las ONG más grandes también han servido para estimular el apetito intelectual de los innumerables ciudadanos que utilizan las publicaciones o asisten a los seminarios, foros y debates organizados por aquellas instituciones.
Una de las ONG con mayor preeminencia en Ecuador ha sido la Konrad Adenauer que, según notas de prensa, dejará el país a finales de este mes. Sus representantes han dicho que esta partida se debe al “creciente control e influencia del Gobierno” en su trabajo diario.
Resulta irónico que un Régimen autoproclamado “ciudadano” se haya dedicado a socavar la labor de organizaciones como la Konrad Adenauer, cuyos ejes de trabajo han sido la promoción de los derechos y el fortalecimiento de la democracia, por ejemplo.
Un repaso de las publicaciones de esta fundación nos da una idea bastante cercana de la amplitud de sus intereses y del rigor con el que estudiaron los problemas del Ecuador.
La salida del país de esta fundación es una muestra más del proceso de destrucción de instituciones que vivimos y que deja a la sociedad civil cada vez más inerme y desamparada, pues la ausencia de este organismo será difícil de llenar, por lo menos en el mediano plazo.
Me pregunto qué dirán los funcionarios y excolaboradores de este Gobierno que, en su momento, trabajaron en proyectos de la Konrad Adenauer cuando todavía no llegaban al poder. Más allá de todo eso, creo que la sociedad ecuatoriana debería agradecer a esta institución alemana que durante 50 años se puso al servicio de nuestro país.