Columnista invitado
Dolor e indignación. Estas son las palabras que mejor revelan lo que hemos sentido en estos trágicos días. El dolor dejará una huella profunda y sensible en el corazón de la sociedad ecuatoriana. Pero la indignación, de ahora en adelante deberá dar paso a acciones, fundamentalmente a cargo del gobierno, con un propósito central: que estos hechos no vuelvan a producirse.
No es una tarea fácil por cierto, hay que reconocerlo; pero es también un cometido indispensable. ¿Por dónde empezar? El problema de fondo es la inseguridad. La impresión que han dejado los últimos acontecimientos es que estamos expuestos, el conjunto de ciudadanos y no solo los que integran los cuerpos de seguridad del Estado, a ser víctimas de secuestradores, de terroristas, de sujetos acostumbrados a las más brutales conductas. Pero esta sensación individual implica además la percepción, equivocada o no, de que el propio Estado parece estar indefenso frente a los ataques de una delincuencia organizada, provista de recursos y despiadada.
El primer objetivo debe ser el recuperar esa confianza, que si no perdida, se encuentra ahora muy debilitada. Y para ello, no solo restablecer los parámetros institucionales y los recursos operacionales desestimados en los últimos años (mírese, por ejemplo, la cancelación de la cooperación de los Estados Unidos o la utilización de los servicios de inteligencia en un absurdo espionaje político), sino además ponerse al día frente a la nueva situación surgida luego de los acuerdos de paz en Colombia, que nos han dejado una peligrosísima herencia.
El manejo de la crisis deja dudas. Evidentemente el país no estaba preparado para enfrentarla; casi, casi, podríamos decir que todo nos cayó de sorpresa, lo cual ya constituye una evidente debilidad, pues los organismos de seguridad deben estar listos para hacer cara aun a las hipótesis más insospechadas. Y para resolver los dilemas en cada momento: negociar y cómo hacerlo y ante qué exigencias, bajo qué condiciones; o no negociar y afrontar sus derivaciones; recurrir o no a intermediarios, solicitar la colaboración de los expertos. Las vacilaciones, las inconsistencias producen una inevitable secuela: el desgaste irrecuperable de los responsables.
El manejo de la comunicación es clave. Está muy bien ser transparente, pero la oportunidad y la prudencia son indispensables. Mucho cuidado con promesas o mandatos imposibles, que si no se cumplen acentúan el desaliento y la desconfianza.
La incoherencia de la política internacional ha sido un factor que ha pesado negativamente. ¿Con quién mismo están ustedes como país? nos podrían preguntar nuestros interlocutores externos, y no sé qué respuesta congruente podríamos dar.
Una última reflexión aunque bien comprendo no es momento de insistir en ella. Pero es conveniente que tengamos en el horizonte una seria preocupación sobre cómo se está tratando de afrontar y resolver la plaga de la droga.