Los gobiernos autoritarios, de izquierda y de derecha, son alérgicos a los acuerdos políticos porque buscan el poder total.
La democracia consiste en la distribución del poder, no solo entre funciones diferentes que se controlan mutuamente sino entre partidos diferentes que hayan obtenido apoyo electoral.
La mala práctica democrática ha llevado a creer que los resultados electorales otorgan la totalidad del poder al ganador y le autorizan a prescindir de las minorías. Se han creado métodos electorales para favorecer al ganador y toda clase de mecanismos para gobernar sin estorbo alguno con el pretexto de que la pugna de poderes paraliza a los gobiernos.
Los autoritarismos se niegan a compartir el poder y acorralan a la oposición apelando a toda clase de estratagemas. El caso más absurdo es el del populismo chavista que neutralizó la victoria de alcaldes de oposición creando una alcaldía paralela a la que le entregaron la autoridad y los recursos.
Ante la derrota en las elecciones legislativas divaga con la idea de anular las elecciones o con la creación de una Asamblea paralela llamada Asamblea Comunal.
No solo los caudillos secuestran el poder; hacen lo mismo partidos políticos que pactan turnarse en el poder para impedir el acceso de nuevos partidos.
En Colombia se alternaron el Partido Conservador y el Liberal; en Estados Unidos el Demócrata y el Republicano; en España el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español.
La complicidad entre partidos que se turnan en el poder conduce a la tolerancia de prácticas de corrupción que van en aumento hasta que el pueblo decide castigar a todos eligiendo caudillos o políticos extremistas.
Así ocurrió en Latinoamérica y ahora amenaza a Estados Unidos con Donald Trump, Francia con Marine Le Pen y España con Pablo Iglesias. Los pueblos castigan así a los partidos extraviados, pero se castigan también a sí mismos.
La crisis de la democracia exige la rehabilitación de los acuerdos políticos para asegurar la gobernabilidad pero exige, así mismo, el rescate del respeto a la oposición para evitar la usurpación de poderes y la corrupción.
El nuevo Presidente argentino no podrá gobernar si no toma en cuenta a la oposición que representa casi un 50% del electorado. España no podrá ni siquiera elegir Presidente sin negociaciones y acuerdos políticos. Volver a la distribución del poder, valorar del papel de la oposición y reivindicar el acuerdo político, son acciones necesarias para salvar las democracias de nuestro tiempo.
La vitalidad de los partidos no está en el frenesí con que corren detrás del poder; está en la capacidad de hacer propuestas viables; elaborar doctrinas políticas que aglutinen, primero a sus partidarios y después a los electores; sobre todo, está en la posibilidad de respetar a las minorías y a la oposición sin claudicar ni someter.