Es muy grave, en cualquier circunstancia de relación entre seres humanos, que se pase del acuerdo a la ruptura. Y aunque la historia de la humanidad está llena de pugnas por los desacuerdos, que pueden acrecentarse y conducir a enfrentamientos mayores, no solo la misma razón sino también la experiencia obligan a privilegiar los entendimientos, mantenerlos de buena fe y procurar, por todos los medios, que prevalezcan la concordia y la paz.
En todo esto pienso, al enterarme por los medios de comunicación social, que la preconización y posesión de un nuevo Obispo en Sucumbíos ha provocado controversias antes no conocidas, que involucran partidarios y oponentes de cada prelado, el entrante y el saliente, y fraccionan la población de Sucumbíos a favor o en contra del anterior o del nuevo.
El solo hecho del desacuerdo ha traído consigo peligrosas secuelas: las expresiones contrarias o no, hechas al modo político con carteles, mítines y estribillos, trajeron a la memoria, en todo el país, la noble y abnegada acción misionera hecha por monseñor López Marañón y la Orden de Carmelitas Descalzos, tan entrañables para todos. Con desconocimiento, y sin duda con prejuicios, las referencias al nuevo Obispo ponen de relieve, en vez de sus evidentes virtudes y preparación, su pertenencia a una organización eclesial, los Heraldos del Evangelio, cuyo eminente fundador brasileño vive todavía, aprobada no ha mucho por el Vaticano y autorizada para actuar de inmediato en Sucumbíos, lo que motiva un enojo mayor entre cuantos admiran la extraordinaria obra de evangelización realizada por los Carmelitas en nuestro Oriente amazónico.
El problema pasó a ser de trascendencia nacional, y no simplemente cantonal o provincial, cuando concurrieron a Sucumbíos, para posesionar al nuevo Obispo, Rafael Ibarguren, los señores Nuncio de Su Santidad y el Arzobispo Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. La prensa, al debatir este asunto, lo llevó a las altas esferas, pues con toda justicia el presidente Rafael Correa condecoró al Obispo saliente López Marañón, cuya línea de acción social nos permite recordar las sobresalientes figuras religiosas, entre muchísimas otras, de Leonidas Proaño, el padre Carollo y Alberto Luna. Al Presidente se le escapó una frase imprudente que debería repensar y despertó el avispero, al decir que podría vetar el nombramiento del nuevo prelado, acción nunca vista desde la vigencia del Modus Vivendi, tratado que devolvió la paz al Ecuador en 1937. Tras nuestra efervescente historia religiosa -Patronato, Concordatos, persecución y ¿ruptura?- el tratado con la Santa Sede, suscrito y siempre aplicado de buena fe, ha permitido una luminosa etapa, con la visita de S.S. Juan Pablo II y la elevación al honor de los altares del Hermano Miguel, Mariana de Jesús, Narcisa Martillo y Mercedes Molina, que bien podría llamarse Edad de Oro del Catolicismo en el Ecuador.