La sobrevivencia del país en medio de una crisis económica que se profundiza constituye una obligación urgente de los seres responsables, que no disfrutan del poder ni comparten el enorme gasto público que altera el normal desarrollo interno.
Daría la impresión que hay dos países: el uno del discurso y el otro el real. No solo porque el poder incentiva la división y la confrontación sino el paraíso que se pinta desde el oficialismo y el realismo que vive la mayoría, que sufre de desempleo, subempleo, inestabilidad, desconfianza e inseguridad en todos los campos.
Cuántos pequeños, medianos y grandes empresarios sufren la reducción de ingresos, en medio de incertidumbre. Y a eso se suma que muchos de ellos tienen aún deudas pendientes por cobrar al Estado, pese a que el discurso oficial ofreció pagarlas hasta el último mes de enero, pero no se cumplió en su totalidad.
Eso produce inevitables recortes de personal y la generación de mayor desempleo. Una realidad inocultable que genera descontento.
Esto impulsa a buscar un gran compromiso nacional democrático para enfrentar esta situación crítica ante los oídos sordos del poder, que no repara en que, de seguir así, con este manejo, se corre el riesgo del descarrilamiento y allí seguramente se buscarán culpables en todos los sectores críticos, sin asumir su responsabilidad, pero el daño estará consumado.
El jueves pasado hubo un masivo acto público de adhesión al historiador Enrique Ayala Mora, con la presencia de centenares de ecuatorianos, que representan el sentir de los más diversos sectores. Faltó espacio para los asistentes. Fue sorprendente mirar en la misma sala a representantes del tejido social e incluso antagonistas políticos y hasta quienes han sido parte de este Gobierno.
Antes, la Selección nacional de fútbol y la guerra del Cenepa unían a los diversos sectores. Hoy, la crisis convoca y obliga.
Médicos, indígenas, afroecuatorianos, artistas, pintores, escritores, críticos de arte, exaltos oficiales y excomandantes militares, expresidentes y exvicepresidentes de la República y un exjefe de Gobierno castrense, exministros de Estado, educadores, académicos, exrrectores universitarios y politécnicos, exaltos funcionarios de este Régimen, profesionales de diverso género y, en general, ciudadanos que expresan su descontento y su profunda preocupación por el momento que se vive.
El acto fue un motivo para compartir el análisis de un país en crisis, que niega el oficialismo, pese a que las cifras demuestran lo contrario. Y fue una expresión diversa pero con un denominador común: se invoca la necesidad de un gran compromiso nacional democrático para enfrentar la situación crítica, que debe obligar a poner por delante a los seres humanos y los valores nacionales y el desafío del cambio educativo. El mal manejo económico abre los ojos a quienes con sensatez ya no se comen el cuento.