Darse aires de grandeza, hinchar el pecho, fruncir el ceño, ignorar al prójimo y adoptar poses napoleónicas en los más nimios asuntos de la vida es, para algunos, signo de prosperidad, y es síntoma de que el sujeto de la corbata italiana y del auto del año arribó a la felicidad.
El “importante” es signo de los tiempos. Es el más admirado perfil de humanidad. Es el prototipo.
Hay quienes alcanzan importancia con facilidad. Tan pronto inician la profesión o consiguen el nombramiento, se hinchan, conducen como magnates y gritan como mayorales. A las poses, claro está, debe acompañar el traje fino, las gafas caras y el restaurante de moda. El sujeto debe cuidar los detalles, comer sofisticado, volar en primera, o al menos presumir de hacerlo, vacacionar en los paraísos turísticos y levantar la nariz ante todo lo que huela a criollo.
El hombre –o mujer- vive en la permanente tensión por estar a la altura de la novísima “aristocracia” a la que aspira, y eso motiva más un drama. Esa aristocracia no es la del talento; es la del consumo, la de la vida fatua y el estilo rimbombante.
Si de leer se trata, será el ‘best seller’ que suena por allí, o el último texto de negocios. El resto de la información llega por vía de las charlas de coctel, por el aire de la red y por “lo que se dice”.
Si de hablar se trata, será con el aire pontifical que excluye toda réplica, y mejor si lo hace ante los asombrados parroquianos que rodean al importante, o si el discurso se hace desde algún podio que permite ensayar su oratoria resonante, nadar en la retórica y hasta hacer pinitos en la política.
Ser importante es todo un estilo en que los detalles y los oropeles suplantan a las verdades; las apariencias ocultan a las humildades de la vida cotidiana; los gestos esconden los complejos. Ser importante es una versión de humanidad que se lleva muy bien con el dinero, con las extravagancias y con aquello de presumir de todo y en todo.
Ser importante es saber los secretos más recónditos y dominar los temas de moda. El importante pierde carácter si no hace ostentación de los contactos. Nadie puede dudar de que es hombre de mundo y de que, con teclear el celular, llega a los cenáculos del poder y obtiene lo que fuese. Además, el tuteo es su estilo; es íntimo de todos y puede darse el lujo de tratar con desdén, o con aire paternal, a más de un personaje. El importante sabe de música, estuvo en la última ópera en Nueva York, incursionó en el más espectacular concierto de rock. El importante es deportista nato: dice que fue a la maratón más concurrida, domina el tenis y sabe de fútbol. Es un catador conspicuo, por el olor distingue las cepas, las cosechas y las marcas, y en materia de comidas y bebidas, nadie le mete gato por liebre.
En fin, el importante… es importante.
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