Con una discrecionalidad rayana en el abuso, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner emplea la cadena nacional como si se tratara de un recurso para usar a su antojo y no una herramienta a la cual puede recurrir sólo “en situaciones graves, excepcionales o de trascendencia institucional”, como estipula la ley de servicios de comunicación audiovisual, que impuso la propia Jefa del Estado. ¿En qué gravedad, excepcionalidad o trascendencia se encuadra el lanzamiento de su candidatura a la reelección? En ninguna.
La Presidenta debería dar el ejemplo y ser la primera en cumplir con la ley. Sin embargo, no duda en violarla con sus sucesivas apariciones en la cadena nacional, degradando el significado que debe tener ese recurso excepcional sólo en circunstancias que ameriten utilizarlo.
Han sido varias las ocasiones en que la presidenta Kirchner ha reunido en burdos espectáculos públicos a sus propios colaboradores y a invitados especiales para cobijarse al calor de vítores y aplausos. En la mayoría de los casos, los anuncios no revistieron ninguno de los preceptos establecidos por la ley. La cadena nacional ha pasado a ser una imposición a la ciudadanía.
Ni su marido cuando era Presidente usó tantas veces ese recurso como la actual Mandataria. Néstor Kirchner habló por cadena nacional sólo dos veces en sus cuatro años de gobierno. En cambio, Cristina Kirchner comenzó a usarla el 25 de mayo del 2008 y, desde entonces, la ha convertido en un hábito pernicioso que, además de alterar la programación de radios y canales de TV, crea expectativas que después no se condicen con los anuncios formulados.
Ha sido desafortunado, esta vez, que todo se redujera a “someternos una vez más” a la voluntad popular, como si la decisión de ser candidata a ser reelegida en el cargo que ocupa fuera una decisión que concerniera al Estado nacional, cuando en verdad se trató de una decisión personal.
En todos los casos, sus discursos han sido pronunciados en un salón repleto de ministros, funcionarios, gobernadores, intendentes, empresarios, sindicalistas y amigos de aplauso fácil.
Es evidente que hay una impronta de Fidel Castro y Hugo Chávez en este estilo populista y demagógico de comunicación.
Es hora de madurar. No se puede confundir una candidatura, así sea la presidencial, con un anuncio de ribetes institucionales ni insistir en usar un recurso que debe ser preservado como extraordinario para fines partidarios o políticos. Se trata de algo tan simple y elemental como dejar de convertir cada acto presidencial en un mitin de barricada en el cual resultan patéticos los gestos y las expresiones de júbilo de gente que se supone preparada, y que no debería hacer ese tipo de méritos para ganarse un lugar en la vereda del poder.