Antes no había nada. Esa es una de las frases contemporáneas –revolucionarias- más sonadas. Antes no había nada, equivale a decir que la revolución ciudadana ha hecho todo, ha construido, piedra por piedra, el país y la nación.
¡Abracadabra, patas de cabra! Todo lo que ha tocado lo ha vuelto oro, igualito que el rey Midas, por arte de magia. A la revolución le ha bastado pronunciar las cosas para que estas existan. O dejen de existir. Tan fuerte es la revolución que las cosas son lo que son al nombrarlas… como en el Génesis, que se dijo hágase la luz y la luz se hizo.
¡Abracadabra! Se llamó Asamblea al Congreso con lo cual se quitó a los políticos de los partidos tradicionales que lo que hicieron es crear movimientos. Movimiento como que suena mejor que partido. ¡Y listo!
¡Patas de cabra!, se abolió el despido intempestivo pero se crearon las palabras reingeniería o compra de renuncias. ¡Abracadabra! También se abolió la tercerización, pero ¡Patas de cabra! ahora a esa forma de contratar se la llama servicios complementarios, actividades complementarias o contratos civiles. La cosa es que un amigo trabaja en una empresa, que es contratada por otra, y por otra, llámese como se llame ese asunto.
¡Abracadabra! El Twitter del Ministerio del Interior va acompañado de un hashtag que dice “#vivir sin miedo”, como encabezado, aunque sea, desde ese mismísimo Ministerio que se ha seguido paso a paso una caravana de jóvenes ambientalistas justamente como para que quienes van en ella, ¡tengan miedo!
La varita mágica hace que el subempleo ahora aparezca en las estadísticas con el nombre de empleo inadecuado, ¡eureka!, aunque la cifra no varíe mucho, según el INEC, es, llámese como se llame, del 48%.
La verdad que nos han dicho tantas veces que antes no había nada que muchos se han convencido de que no había nada. Pareciera que hace siete años se inventaron las escuelas y los colegios y los hospitales y las carreteras y los caminos. No había ni cultura, pues no había Ministerio y, sin Ministerio, no hay cultura. No había país. No había teatro. Ni cine. Ni festivales. Ni libros. Ni novelistas. Ni cantantes. No había tampoco historia. Todo era oscuridad, miseria, pobreza, sombras…
En la revolución no hay espacio ni para la nostalgia… si alguien tiene un buen recuerdo de su infancia, del colegio, de sus profesores, del paisaje, o hasta del Chavo del Ocho, mejor no hable… le van a acusar de venir de la noche neoliberal y de estar a favor de la discriminación y el maltrato infantil y hasta de la violencia doméstica.
¡Abracadabra, patas de cabra!… somos el milagro ecuatoriano, el jaguar latinoamericano. Hoy, tenemos país. Antes éramos un puñado de pobres, sin educación y sin derechos. Por arte de birlibirloque somos hoy el país con el índice de felicidad interna bruta más alto del mundo mundial. ¿De acuerdo?