Ahora que los atropellos y los abusos oficiales están de moda, como dan fe la arbitraria destitución de la Presidenta de la Corte del Guayas, la inconstitucional promulgación de una reforma tributaria que no fue debatida en la Asamblea, la descarada expropiación de vastas tierras productivas, la injusta detención de un ‘twittero’, los impúdicos aportes de entidades del sector público al Yasuní y las feroces investigaciones extrajudiciales, sería bueno que los señores de la oposición consideraran que faltan 33 días para que se consolide el despotismo en el Ecuador. Si eso llegara a ocurrir, la culpa no será de Correa, sino de los egoístas y soberbios opositores.
La clave está en reconocer que en las contiendas políticas del Ecuador, más que el triunfo de uno, se consuma el fracaso de muchos. Es cuestión de aritmética: si 10 tipos se reparten la mitad de un pastel, no hay forma que uno de ellos pueda comer más que el hombre que se cogió la otra mitad.
El remedio para que la oposición esté en condiciones de evitar la consolidación del despotismo se desprende de simple lógica: la oposición debe poner un candidato de consenso, en vez de que hayan 10 incautos dividiéndose los electores entre sí. Sería una solución práctica y eficaz, si no fuera por un vicio cultural.
El ecuatoriano sueña con ser presidente de la República. Esa es su definición de éxito. No importa si alcanzó el oro olímpico y ganó campeonatos mundiales de marcha, si construyó un banco que ofrece buenos servicios a miles de ciudadanos, si fue un académico serio, un militar noble, un entrevistador con alguna audiencia o hizo cualquier cosa decente; hasta no sentarse en el sillón presidencial, será un mediocre, una persona que no conoce el éxito, alguien a quien nadie recordará después de su muerte.
Semejante deformación del concepto de éxito, mezclada con el egoísmo de querer ser uno, y nadie más, el jefe de la política nacional y con la soberbia de creer que sólo uno podrá conducir el país al progreso, configuran la receta mágica para la consabida decena de candidatos en las elecciones presidenciales y la consecuente paliza del más fuerte.
Quedan 33 días para que empiece el año electoral, para que los perdedores se pongan de acuerdo en dejar de ser perdedores, para que la oposición ecuatoriana razone como la venezolana –que tendrá primarias y presentará un solo candidato presidencial en 2012–, para reconocer que es mejor aliarse en defensa de principios insoslayables y luego ser canciller, como lo hizo Hillary Clinton. Si el próximo año empieza con distintos opositores, cada uno liderando su respectiva pandilla, para luego ver cómo se enfrentan solos a la política organizada y abusiva, la consolidación del despotismo en el país será obra y gracia de los egoístas y soberbios señores de la oposición.