A comienzo de los años noventa, Francis Fukuyama declaró la llegada del “Fin de la Historia”. Divertida coincidencia que solo haya un margen de 20 años de diferencia con la predicción de los Mayas.
La valientísima afirmación del filósofo americano partía de la visión de la Historia como el proceso a través del cual la humanidad define el modelo político y económico ideal de la civilización. Asumió que la caída del Muro del Berlín y la desarticulación del bloque comunista eran las trompetas finales que anunciaban la victoria total de la democracia y de la economía liberal como los modelos definitivos.
Claro, a pesar del corto margen de diferencia, los finales predichos son de naturalezas completamente distintas; mientras el primero apunta a un desenlace feliz en donde la humanidad finalmente terminó una búsqueda milenaria hacia el orden perfecto, el segundo tiene un carácter más bien oscuro.
Tanto la crisis económica mundial y los impases institucionales que la subyacen, la crisis ecológica, y la crisis social evidenciada por creciente disparidad entre las capas favorecidas y desfavorecidas del planeta, apuntan a que en caso de que uno de los finales fuese cierto, probablemente serían los Mayas quienes acertasen.
El presente es grave y no augura un futuro esperanzador; seguimos con Correa, todavía lo tenemos para un año y medio, y como van las cosas talvez más. Sin embargo, nuestra realidad no está tan degradada como para que un fin a corto plazo sea creíble, salvo que un imprevisto gigantesco se dé. Ni hemos desarrollado un orden perfecto, ni este año será el fin de nuestras aventuras. ¿Cómo enfrentarse entonces al 2012?
No hace mucho tiempo, en un documento informal de una institución de las Naciones Unidas publiqué un texto que apunta a lo que creo es una actitud adecuada frente al 2012. “La humanidad ha anhelado desarrollar un mundo a la medida de sus principios morales, un mundo ajustado a su idea de lo correcto, construido para satisfacer sus deseos de justicia, y su necesidad de pasiones sociales, de satisfacción de nuestra creatividad y de bienestar. Pero hasta ahora, el desarrollo histórico de la civilización ha producido un sistema que está lejos de realizar nuestro proyecto perenne de crear nuestro paraíso humano. Decenas de siglos de malentendidos, ambiciones excesivas, y falsos ideales han dejado al humano contemporáneo con una civilización cuya estructura fuerza a las personas a una existencia que orbita frenéticamente en torno a la acumulación de riqueza y la inútil pérdida de tiempo vital. Sin embargo, una existencia intensa, profunda, académica, explosiva y colorida puede todavía alcanzarse si solo estamos dispuestos a invertir nuestros mejores esfuerzos en la acción de vivir”.