Kama tiene seis años de edad, basta con que en uno de sus paseos observe una pileta para que se sumerja en ella a divertirse, estar en el agua es uno de sus pasatiempos favoritos. Foto: Valentín Díaz/ Narices Frías.
Gustavo Redín tiene dos perras: Kama y Mila, ambas adoptadas pero en distintas ocasiones. La historia de cómo recogió a Kama es muy particular: la encontró en el parque de Tumbaco cuando escuchó “unos lloriqueos”. Siguió estos ruidos y encontró dos perros en una caja; eran Kama y su hermana. Gustavo se quedó con su hermana y entregó a Kama a la fundación PAE para que se hicieran cargo.
Sin embargo, poco después, la hermana de Kama murió por una infección de moquillo, que traía desde que fue recogida. “Fue algo súper triste”, comenta Gustavo. Él tenía unas medicinas para tratar la enfermedad que ya no le iban a servir, por lo que se dirigió a Protección Animal Ecuador (PAE) para donarlas. En ese entonces, la fundación tenía una epidemia de moquillo.
Allí se puso a mirar a los perros que la fundación alojaba “para sentirme triste por la muerte de mi perrita” y encontró nuevamente a Kama. Decidió llevarse a la misma perra que había recogido un tiempo atrás. “Me reconoció, me saltó encima y se murió de la alegría. Entonces dije ‘si me sigues, te quedas’ y desde ahí me siguió”, asegura.
Tanto Kama como Mila son dos perras sumamente ágiles y juguetonas. Ambas, de aproximadamente seis años de edad, saltan, corren y van juntas para todos lados cuando Gustavo las lleva a pasear por el parque de Guápulo. Allí, en una laguna artificial, Kama se lanza al agua y nada; su hermana se moja únicamente las patas.
Gustavo descubrió que Kama sabía nadar una vez que andaba de viaje por la Amazonía. Según comenta, no está seguro de si en aquel punto de su vida a su mascota le gustaba nadar, pues en un inicio saltó a un río cuando él se disponía a cruzarlo.
“Ella se puso a llorar y se metió conmigo”. En esa especie de acto desesperado por seguir a su dueño, Gustavo notó que la perra no le temía al agua, pero ahora está seguro de que sí le gusta estar dentro del líquido vital. “Ve agua y se lanza. Si estamos caminando por algún lado y hay una pileta ella se mete”, cuenta.
Lo único que hace falta para que Kama decida meterse a la laguna es que Gustavo le lance un palo y le dé la orden de “busca”. La perra duda en un comienzo, pero pocos segundos después se sumerge en el agua y nada hasta donde se encuentra el palo. Ella nada por algunos minutos, sale del agua, se sacude y vuelve a entrar. Repite la misma rutina varias veces, unas cuatro o cinco.
Según comenta Gustavo, Kama se cansa después de un rato. Cuando van a la playa, por ejemplo, él se mete al mar y ella lo sigue, pero sale del agua antes que él cuando ya se encuentra agotada.
Según la veterinaria Paola Rebolledo, no todos los perros son aptos para el nado. “En realidad, la afición por el agua depende de la personalidad de cada perro, pero existen ciertas características físicas y genéticas que hacen que ciertos canes tengan más facilidad para nadar que otros”. Según Rebolledo, los peludos que tienen una mayor musculatura en sus extremidades son aquellos que tienen mayores habilidades para el nado.
Los perros de patas cortas, por otro lado, tienen mayores dificultades para mantenerse en el agua, debido a la fuerza necesaria para impulsarse. Los bulldogs, asegura Rebolledo, suelen tener problemas para nadar debido a que “son corpulentos, tienen el peso corporal de un perro mediano, pero sus patas son demasiado cortas para soportarlo bajo el agua”.
Pero ninguna de estas características físicas hará alguna diferencia si es que el perro de por sí le teme al agua. Si un can le tiene pánico al agua, es “imposible que se desenvuelva en un entorno acuático”. Al final, que un perrito decida nadar depende mucho de su predisposición hacia el agua. Sobre todo si ha tenido alguna experiencia traumática, será muy difícil que la pase bien nadando.
El gusto por el agua en los perros, sin embargo, puede ser adquirido e inclusive se les puede enseñar a nadar, según comenta Rebolledo. Pero “hay que ir despacio”, agrega, puesto que si el dueño obliga al perro a meterse al agua, esto puede resultar en un intento desesperado por no ahogarse y el animal saldrá rápidamente.
La idea es ir poco a poco, que primero el can le pierda el miedo al agua, que moje sus patas delicadamente y, en un proceso gradual, el dueño debe meterse más adentro junto con el animal. Si este muestra cierta inseguridad, lo mejor es parar el ejercicio y continuar en otro momento, cuando se recupere la confianza.
“Lo más importante para enseñar a tu perro a desenvolverse en el agua es conocerlo bien, saber qué tan seguro de sí mismo es, qué tan asustadizo o qué tan atlético”, comenta Rebolledo. En otras palabras, si el dueño tiene una conexión sentimental y conoce la psicología de su mascota, puede enseñarle los trucos necesarios para perder el miedo al agua.