La escritora ecuatoriana Mónica Varea junto a Magoo y Jackie. Foto: Santiago Sarango/NARICES FRÍAS
Cuando partieron sus hijas al exterior, la escritora ecuatoriana Mónica Varea heredó una tarea impensada. Tanto Carolina y María Paz le encomendaron a su madre algo preciado para sus vidas y que no podían llevar con ellas. Se trataban de Magú y Jackie, dos pequeños peludos que se convirtieron en la adoración del hogar de Varea y, sobretodo, en sus amorosos ‘perrinietos‘.
Aunque Mónica ya estaba familiarizada con las mascotas, compartir con ellos, ahora como su nueva dueña, ayudó a profundizar su relación con los animales de compañía. Así, el primero en llegar a la vida de la autora de ‘Margarita Peripecias’ fue Magoo. El arribo del encantador Silky Terrier color miel fue el inicio de una nueva etapa entre Mónica y los canes. El pequeño llegó hace 12 años y desde entonces es el ‘amo y señor’ de la casa.
“La historia de Magoo es curiosa. Él fue el regalo de un chico a su novia. Cuando la relación de pareja terminó, la joven, tiempo después, tuvo un nuevo enamorado. Esta persona se enteró que el perro tenía un vínculo con una relación anterior de su pareja y eso no le agradó. Estaba celoso”, recuerda Varea sentada en el antiguo cuarto de su hija María Paz.
La autora de ‘Margarita Peripecias’, Mónica Varea, en compañía de sus mascotas. Foto: Santiago Sarango/NARICES FRÍAS
Bajo ese panorama, el can presentaba una cierta incomodidad para la relación, más aún, cuando el joven le regaló a la dueña de Magoo un gato. Ese fue un golpe definitivo. El perro fue relegado a un segundo plano. La hija de Mónica, Carolina, conoció el caso y logró que la joven de en adopción al Silky Terrier. Ahora, lo que no imaginó la autora ecuatoriana es que la adoptante termine siendo ella.
“Avisamos a los amigos que existía un perrito Silky Terrier en adopción y que necesitaba un nuevo hogar. Pero, para sorpresa mía, mi hija Carolina tenía otros planes. Un día me llamó y me dijo que decidió quedarse con el perro. Yo no quería en un principio, pero cuando por fin conocí a Magoo, él me miró dos veces con una cara de “vamos, di que sí” y bueno, me convenció”, cuenta la escritora latancungueña.
El recibir a Magoo en casa significó revivir episodios de antaño donde la familia entera disfrutaba de la interacción con un animal. Cuando las hijas de Varea eran pequeñas y reían y jugaban sin parar junto a un perro. Eso, como madre, le llenaba el alma. “Yo decía, ya con la llegada de Magoo, ‘y ahora la casa va a oler a perro’ y María Paz me decía, ‘mamá, el olor a perro es olor a felicidad‘. Y es verdad, es pura felicidad”.
Esa felicidad la pudo retratar de cierta forma en dos de sus obras infantiles que evidencian la influencia canina en la inventiva de Varea. ‘Cuentos de perros y otros enredos’ y ‘Navidad de Perros’ son dos libros que muestran el amor y la estima que la autora mantiene a favor de la vida animal.
“Los perros te enseñan a ser humano. A ser gente. Dan un ejemplo de vida. Por ejemplo, ellos no discriminan. Se hacen amigos de un perro de la calle como de uno de pedigree. No tienen problema. Las personas no hacemos aquello, nosotros diferenciamos”, sostiene Mónica.
En el 2012 llegó el turno de Jackie. Nuevamente, la protagonista de la adopción fue Carolina. Una de sus compañeras de trabajo debía realizar un viaje a Estados Unidos y no podía llevar consigo a la perrita. Carolina decidió adoptarla.
La hija de Mónica vivía sola con su mascota, pero también le tocó el turno de partir al extranjero y la única opción era llevar a Jackie a casa de sus padres. “La perrita llegó pequeñita, de menos de un año, y de inmediato Magoo la acogió como su ‘ñaña‘. Se aman, se cuidan, se enojan y se vuelven a amar”, cuenta la escritora.
Finalmente, también llegó el turno de partir a María Paz, la cómplice y ayudante de Mónica en el cuidado de los canes. Ahora, junto con su esposo, la escritora se las tiene que arreglar en el día a día con las mascotas. Algo de lo que no se arrepiente.
“Ellos nos dan su amor, nos cuidan y nos recuerdan qué es lo importante en la vida. Me hacen sentir querida. Definitivamente, adoptar con responsabilidad un can, es empezar a enriquecer la vida personal. En Quito, por ejemplo, se necesita romper esa contradicción de ver perros en la calle, solos. Secuela de personas que no fueron responsables y los dejaron. Necesitamos amarlos, cuidarlos más, cambiar ese panorama”, agrega Varea.