Pedro Quiñónez fue tajante. Dijo que nadie confiaba en la Selección. Sus palabras tenían certeza porque antes del 8 de octubre era un escenario de incertidumbre, aficionados, periodistas y directivos insatisfechos porque no se habían convocado a equis futbolistas, de acuerdo con sus preferencias.
El preámbulo era turbio, pero sin sustento, provocado por resentimientos, producto de una cultura de desconocimiento de conceptos y metodología de trabajo, en la que se sustentan los entrenadores de fútbol. Gustavo Quinteros, no tolerable a las críticas, vivió algo similar a lo de Reinaldo Rueda.
Fue crucificado, después de la Copa América, por pregonar que sus equipos siempre serán ofensivos y atrevidos, y por los resultados en ese torneo. Ahora es distinto. El estilo colombiano, que dejó la huella de las clasificaciones a tres mundiales irá mutando poco a poco al de Quinteros, que tiene de todo un poco: presión (defensa, medio campo y ofensiva) y orden (al defenderse pero también al atacar), características inusuales en los entrenadores.
Es necesario darle tiempo para que su propuesta pueda encajar, son otros códigos, con un estilo que incluye orden, el cual, sin duda, es más atrevido. Pero sobre todo hay que respetar al deportista, que es la esencia de esta actividad.
Cabe aclararlo: el resultado obtenido en Buenos Aires y la expectativa que genera la Tricolor en este nuevo proceso hacia un Mundial no debe tapar la real crisis económica de los clubes y la caduca estructura con la que se maneja el fútbol ecuatoriano.