El caso Cheme/Chila permitió caer en cuenta sobre algunas realidades. Primero, la Ecuafútbol aún es incapaz de controlar a los pasados de edad. Simplemente, no tiene capacidad física de hacerlo. Puede inscribirlos, pero no comprobar si los jugadores son quienes dicen ser. La única manera de pescar a los tramposos es esperar que alguien los denuncie. Cheme estuvo siete años campante, engañó a tres clubes. ¡Incluso tenía certificado de bautismo falso! En el nombre del Padre y del Hijo, está claro que, 12 años después de los famosos muertos vivos de Emelec, estamos igual de mal.
Segundo, el regionalismo sobrevivió al siglo XX. Hace tiempo que no presenciábamos una intensa campaña mediática en contra de un club, en una pugna de costeños contra serranos de los años de Coll, Lasso Bermeo, Vela, Velázquez y otros.
Tercero, los dirigentes todavía no dan el salto de calidad que exige un país que ya acude a mundiales y que ya gana torneos en el ámbito de los clubes. Se pasaron una semana hurgando las 600 páginas del reglamento y discutiendo leguleyadas, cuando el tema de fondo era otro: lo desprotegidos que están los jugadores de los pillos que les cambian de identidad. El presidente de Barcelona, Eduardo Maruri, apostó por la descalificación de Liga para jugar la final con Emelec y salvar su tercer año de desastres. Su frase “No podemos jugar sin saber a qué jugamos” lo pinta de cuerpo entero: nunca supo cómo jugar.
Nuestro fútbol sigue tan bananero como siempre.