El debate sobre si Reinaldo Rueda debe seguir o no en la Selección está instalado. Felicitaciones para quienes se desenvuelven con soltura en una discusión que, pese a ser irrelevante, es redituable en ‘rating’ televisivo, radial, retuits y demás muestras de popularidad.
Quienes creen que el DT se tiene que ir, personalizan en él todos los problemas del fútbol ecuatoriano. Es decir, al día siguiente de la eventual ida del colombiano, los clubes van a empezar a pagar al día, los dirigentes cumplirán con las normas, los proyectos a largo plazo quedarán trazados…
La más contenta con este ida y vuelta de opiniones es la dirigencia. Al final, los jerarcas del fútbol nacional se escudan en decir que “tras el informe” se verá si se le hace o no un nuevo contrato a Rueda. Esa es su manera de evadir responsabilidades, de abstenerse de responder sobre lo realmente importante. Mejor para ellos que el juego siga y Rueda esté en la danza. Que él pague por todos.
Esta semana ya aparecieron nombres de nuevos técnicos. El primero fue el de Jorge Luis Pinto, a quien un club local desechó porque no cumplió con el perfil de entrenador paternalista que Hernán Darío Gómez dejó instituido como el supuestamente ideal. Pinto no ‘mima’ a los jugadores. Los trata como profesionales. No cree que sus equipos son “grupos de amigos”, sino formaciones debidamente armadas, tras entender potencialidades físicas y técnicas.
Los problemas están encarnados en un solo nombre (Rueda). Las soluciones, también (Pinto, Sampaoli y otros). A ese nivel de novelería llega la explicación de por qué el fútbol local llegó a una decadencia sin aparente salida.