El Quito ha perdido a su Poeta, al gran Rubén Darío, que ganaba partidos, aunque la vanidad no era su meta.
¡Oh, gran Poeta!, te vas con tu melena y tus maneras, con tus triunfos y tus locas manías, como no entrenar por las mañanas y creer que todo lo tenías. Pero los azulgranas te recordarán de corazón por el título del Quito, el cual ganaste contra cielo, mar y un equipo chiro.
¡Oh, gran Poeta!, pagas el precio por coquetear ingenuamente con Luchito, que prometía vestirte de amarillo, sin saber que un colombiano hondureño ya te había serruchado el piso.
¡Oh, gran Darío!, el equipo te dejó de querer, sobre todo ese chileno, que habló mal de ti con mucho odio y desdén (aunque dicen que a él más le gusta el beber y que ni goles puede hacer).
¡Oh, gran Poeta!, te hizo falta la fuerza del poderoso Arroyo, que se fue a México y te dejó abandonado en la cancha sin tren de apoyo.
¡Oh, gran Rubén!, a pesar de tus flaquezas, te dieron una oportunidad, mas, como dice Franco de Vita, no la supiste aprovechar. Solo debías empatar en la tierra de César Vallejo, tu enorme colega, pero te agarraron confiado y con fuerzas de viejo, y te fuiste de oreja.
Lo peor fue perder en el último minuto, con una chilena de fantasía, para que la derrota duela más y se burlen los hinchas de Liga.
No valieron las hazañas de antaño, los buenos momentos ni los goles del pasado. El técnico es esclavo de los resultados del presente, sobre todo los del Quito, que buscan el tricampeonato aunque paguen poquito.
Adiós, ¡oh, Poeta!, que dejas tu puesto a un técnico que solo sabe jugar a la defensiva y hacer buenas rabietas.