Lo peor del Mundial, hasta ahora, no ha sido la gran cantidad de partidos aburridos, descartables e impresentables de la primera fase. Cambiarlos por ‘La Hora de Jorge Ortiz’ no valió la pena.
Lo peor no ha sido aguantar la narración de los cotejos por parte de los narradores ecuatorianos (con las contadas excepciones), que todavía pronuncias frases como “los cameruneses la ven negra” y otras tonterías de ese tipo.
Lo peor no ha sido tragar la incontenible y cansina publicidad oficial en los partidos, que estorba aún más que los narradores locales y que genera envidia a aquellos que no pudieron hacerle caso al ‘Pibe’ y no contrataron ‘diretiví’. Ah, es que la tele de calidad aún no es de todos.
Lo peor no ha sido que Ecuador esté representado en Sudáfrica, no por los jugadores o al menos los árbitros, sino por Luchito, que no estaría donde está si su cargo fuera de elección popular. Si al menos lo hubiera ganado en una definición por penales, habría más legitimidad.
Lo peor no ha sido contemplar la agonía del juego artístico, aplastado por el descafeinado fútbol táctico, que gana pero no nutre (aunque Nueva Zelanda al menos dio vida al fútbol heroico, a ese del débil que hace todo lo posible para que las estrellas bajen de su cielo).
Lo peor no ha sido que el gran debate haya sido si Jabulani viene de jabón, por lo resbalosa que es para los arqueros.
Lo peor, lo más irritante, lo más irónico es que, para este torneo tan viril, el himno oficial está inspirado… en una canción que habla sobre la disfunción eréctil. Que Shakira haya fotocopiado un estribillo de ‘El negro no puede’ (copia a su vez de un sonsonete militar africano) para el himno rebasa los límites de la payasada.