Muhammad Ali fue un personaje icónico en la historia de los Estados Unidos, por su importancia en el deporte y la lucha de los derechos civiles. Foto: AFP
A algunos –muchos, sospecho- la afición por el box llegó con las epopeyas narradas con exaltación y mediante imágenes b/n; luego creció, siguiendo el mito de quienes se enfundaron los guantes y buscando archivos en YouTube, pescando documentales, rogando por más anécdotas.
A algunos –muchos, sospecho- no nos tocó en fortuna vivir los años de gloria de ese deporte, sino ser imbuidos por la leyenda, por esa leyenda cuyo héroe era -es- Muhammad Ali.
Ali, quien el viernes nos fue arrebatado por los problemas respiratorios que agravaron su condición y por este implacable 2016. Falleció a los 74 años. Es una pérdida para sufrirla, aunque esperada. Desde 1984, con el diagnóstico de la enfermedad de Parkinson (hay quienes la adjudican a los golpes en la cabeza y otros que desestiman tal teoría), su energía intensa y seductora, así como sus capacidades físicas y comunicativas, fueron decayendo. Ya en el 2014 fue hospitalizado.
Pero ese mal no mermó el carisma de quien nació (1942) como Cassius Mercellus Clay, Jr., en Louisville, Kentucky, para convertirse en ‘The Greatest’ sobre el ring y en hombre libre mediante la Nación del Islam, donde recibió el nombre que ahora inunda las redes, entre muestras de pesar y nostalgia. Ese nuevo nombre por el que preguntaba -entre golpe y golpe- a un atontado Ernie Terrell, en el combate de 1967. “Classius Clay es el nombre de un esclavo. No lo escogí. No lo quería. Yo soy Muhammad Ali, un hombre libre”.
Citarlo o leer los obituarios que le han dedicado siembra una tremenda añoranza por esos años cuando el boxeo era carteles –‘La pelea del siglo’, ‘The Rumble in the Jungle’, ‘The Thrilla in Manila’- anunciando los nombres de los combatientes y los títulos en disputa, no los millones de dólares en juego.
Añoranza por esos años cuando la suscripción a la TV digital ni se avizoraba, sino que la afición se expresaba en álbumes llenos de recortes periodísticos.
Entre esos álbumes están los enteramente consagrados a quien nos regaló las mejores postales del boxeo. ‘La estética del box’ era Ali deteniendo el golpe cuando Foreman ya estaba derrumbándose sobre la lona; era Ali esquivando con galanura el cruzado de Joe Frazier; era Ali -los brazos en señal de victoria- de espaldas a un derrotado Cleveland Williams; era Ali, el brazo derecho cruzado sobre su pecho, mostrando su reacción eufórica a un abatido Sonny Liston…
Muhammad Ali decía ser el más grande. “No es arrogancia si puedes sostenerlo”. Desde que lo dijo por vez primera, lo seguimos creyendo, cómplices de su humor, su rebeldía y sus alardes; lo seguimos creyendo (amado u odiado), con las pruebas de su Oro en Roma 1960 y de sus tres campeonatos mundiales en la categoría de peso pesado.
Pero, como no hay vida interesante si no se cuenta con derrotas, Ali también las tuvo, cinco en su récord profesional. “Solo un hombre que sabe lo que se siente al ser derrotado puede llegar hasta el fondo de su alma y sacar lo que le queda de energía para ganar un combate que está igualado”. Frente a ellas, sumó 56 victorias; 57 si contamos aquella de la ficción del cómic (1978), del día cuando Ali venció a Superman.
Su estilo -cuidado desde la esquina por Angelo Dundee– era el de la esgrima y la esquiva, con unos pies que no paraban de moverse, llenos de gracia; pero sus golpes eran potentes, afilados y veloces. Y como sus golpes, eran sus declaraciones, con las cuales su genio y figura trascendieron las cuerdas del cuadrilátero, haciendo que Ali no solo pertenezca al deporte, sino a la historia entera del siglo XX, de ese mundo en conflicto.
Con esa autoconfianza que exudaba, Ali mantuvo incólume su orgullo afroamericano. Amistado y luego distanciado de Malcolm X, su presencia y palabra en los días de la lucha por los derechos civiles resultaban provocadoras y esperanzadoras, en medio de una sociedad segregada, que se reflejaba en el boxeo con los clichés del ‘Bad Nigger’ y el ‘Uncle Tom’.
Su declaración más política, que trastocó al ‘establishment’ de EE.UU., y lo convirtió en un ícono contracultural fue su negativa a participar en la Guerra de Vietnam. En soberbia muestra de agilidad sobre el ring y con la lengua, su mejor argumento fue: “No tengo problemas con los Viet Cong…porque ningún Viet Cong me ha llamado un ‘nigger”.
Ali ayudó a definir tiempos turbulentos de la sociedad; sin su personalidad y talento -dentro y fuera del ring- los giros del planeta hoy serían más dispares. Ahora que está en otra dimensión, los gritos suenan más fuerte: “¡Ali bumaye!”, como en el 74 contra Foreman. ‘The Greatest’ se lo merece.
Cronología
Nace una leyenda, 1954
Ali empezó en el boxeo cuando tenía 12 años. En ese entonces un policía y entrenador aficionado a ese deporte, Joe Martin, lo llevó a su primer gimnasio.
Le gana a Frazier, 1975
Ali y Joe Frazier se enfrentaron por tercera vez (antes cada uno había ganado una vez). El combate se realizó en Filipinas y venció Ali, en 14 rounds.
Conversión al Islam, 1961
Impulsado por Malcolm X, Cassius Clay cambia su nombre a Muhammad Ali y empieza su activismo político. En 1966 se negó a ir a la Guerra de Vietnam.
Ali llega a Ecuador, 1994
Muhammad Ali llega al Ecuador para observar el combate por el título mundial entre Segundo Mercado y Bernard Hopking. Estuvo en el coliseo General Rumiñahui.
Recupera su medalla, 1996
El Comité Olímpico Mundial le devolvió la medalla ganada en los Juegos de Roma, de 1960. El mito decía que había arrojado su presea a uno de los ríos de su país.