Martín Castelo. El pilotoquiteño aún participa en el campo amateur. Ingresó al motocrós por afición de su papá. Logró el título, el último domingo.
Se entrena como profesional, compite como amateur; vivir fuera de casa lo ha hecho madurar, pero la frescura de su adolescencia no ha desaparecido de su rostro y de su vida.
Martín Castelo es así: impensado. “Estoy viviendo mis sueños y los de mi padre. El título es para él que siempre quiso ser motociclista, pero lo pudo lograr”, dice el quiteño que el domingo alcanzó el título de campeón latinoamericano de motocrós en la pista del Parque Extremo Guayaquil.
Esa participación no estuvo nunca en sus planes. Llegó en agosto, desde Georgia, Estados Unidos, donde reside y se entrena, para pasar vacaciones con su familia. Se juntó con sus amigos para vivir esos momentos colegiales que le ha tocado sacrificar. “Una semana antes, un amigo, Ricardo García me prestó su motocicleta para entrenar en la pista de Amaguaña. Me sentí bien, hablé con mi padre y tomamos la decisión de participar en el Latinoamericano”.
Adquirió una motocicleta nueva el lunes, el miércoles se entrenó con su nueva compañera de carreras y el jueves viajó a Guayaquil para confirmar su presencia. “Me entrené dos días más y a competir”.
En la carrera se enfrentó al cuencano Andrés Benenaula, que defendía el título que logró el año pasado, los costarricenses Ricardo Chacón, José Tencio y Esteban Castillo; los colombianos Santiago Pérez y Pablo Mogollón, los peruanos Hugo Amaral y Ian Chia, entre otros pilotos internacionales.
“Por un mes no había entrenado y gané, eso quiere decir que mi preparación y mi técnica están en ascenso”, dice Martín. En efecto, en el 2012, luego de competir en un torneo similar, decidió viajar al Millsapas Training Facility (MTF), un centro de entrenamiento para pilotos amateurs y profesionales. Cuenta con una pista de motocrós, otra de supercrós y una más de supercrós amateur. “Hay pista solo de curvas, otra pista de 8, gimnasio, también un lago”, describe. Allí, además, está su casa rodante donde se aloja.
“Para mejorar tenía que entrenarme como lo hacen los profesionales y competir con los mejores, por eso decidí vivir en Estados Unidos”, relata. Y esa decisión incluyó asumir otros roles en el plano personal: “Me levanto a las 06:30 para hacer ejercicios de calentamiento, preparo el desayuno, luego voy a la pista hasta el mediodía. Regreso para preparar mi almuerzo, en la tarde voy al gimnasio, luego reviso y lavo la moto. Por la noche preparo mi cena y descanso”.
En el MTF se entrenan 35 pilotos de varios países, entre ellos Australia, Inglaterra, Venezuela, Colombia, México, Canadá. Su mejor amigo es el mexicano Félix López, con quien comparte sus entrenamientos y los momentos cuando la tristeza quiere traicionar a la ilusión. “Me gusta estar con mi familia, pero decidí que quiero ser un profesional en el motociclismo.
Aún corro en el campo amateur y lo haré un año más en esa categoría, luego tendré que dar el salto al profesionalismo. Espero que pueda firmar con un equipo importante”.
Corre y tiene el auspicio en el país de Kawasaki. Otras firmas como Monster Army le ayudan con la indumentaria, botas, casco y otros implementos.
“Tuve que ir a los Estados Unidos porque en Ecuador no recibí auspicio de ninguna institución del Estado”, y comenta que otros pilotos también se vieron forzados a abandonar el país y representar a otros países en contiendas internacionales como sucede con Ian y Pietro Salazar quienes compiten por Perú; Genaro Cárdenas por Colombia, Justiniano Romero por México; y, Miguel Cordovez por Italia.
Sus padres, Édgar y Raquel, lo acompañan en sus participaciones en las cinco carreras del Campeonato Nacional de los Estados Unidos en las que se incluye a Daytona, Loretta Lynn, y las Miniolimpiadas de Invierno. Con ellos comparte cada participación como lo hace desde hace que recibió su primera Yahama 50 cm3 cuando solo tenía 5 años.
En estas 14 temporadas acumuló victorias nacionales e internacionales, reconocimientos, lesiones. Se cayó muchas veces. “Me rompí la clavícula del hombro derecho, la muñeca y el pie en el 2004, mi peor año”, y muestra con cierto orgullo, como medallas que se han impregnado en su cuerpo, las cicatrices de esas tres roturas de clavícula que cubren 16 clavos y dos placas.