El Mundial de Rusia no sirvió para resolver el debate sobre quién es mejor, si Lionel Messi o Cristiano Ronaldo. Foto: Agencia AFP
La última oportunidad de resolver el dilema de quién es el futbolista más grandioso, si el argentino Lionel Messi o el portugués Cristiano Ronaldo, se ha extinguido. El Mundial de Rusia era el escenario ideal y definitivo para dar por zanjado este debate, que se ha extendido por diez años y que ha alimentado la rivalidad más intensa en la historia de este deporte. Un título en el torneo más importante lo habría despejado todo, pero ambos fracasaron junto con sus equipos.
Messi y Cristiano Ronaldo se han repartido los Balones de Oro, los títulos de la Liga española y los de la Champions. Han ganado el Mundial de Clubes. Pero ninguno se ha coronado en un Mundial de Selecciones, el máximo trofeo al que se puede aspirar.
Aunque se escriba mucho sobre la importancia de lo colectivo, y el fútbol es eso justamente, un deporte de equipo, la realidad está en que las personas inspiran a las personas. El deportista profesional reedita la figura del héroe que recorre la historia de la humanidad. Ese héroe que era divino-mitológico (Hércules, Thor, Gilgamesh), guerrero y conquistador (Alejandro, Aníbal, Gengis Khan) o poderoso gobernante (Julio César, Carlomagno, Pedro El Grande).
El sociólogo catalán Jordi Busquet Durán, que reflexionó sobre la fama, la calificó como ese elemento que permite distinguir a ciertos individuos como relevantes entre aquellos que se le parecen. La fama también es un elemento comunicativo básico y, como recuerda la española Margarita Rivière, en este mundo globalizado y capitalista aquella se ha transformado en “una indumentaria y un elemento definitorio de lo que somos para ciertas personas o grupos”.
Por eso, es hiriente que en un debate para rebatir los argumentos de alguna persona, se diga al contrincante: “A ti no te conoce nadie”. Y, también por lo expuesto, la fama termina convertida en una etiqueta que, una vez colocada, es complejo sacársela. ¿Quién desea salir en esos rankings sobre personalidades del pasado?
¿Y qué sucede cuando dos personalidades famosas comparten un mismo escenario? Compiten. Rivalizan por la atención. Ocurre desde siempre dentro de la misma familia, cuando los hermanos pugnan por el interés y el reconocimiento de los padres, como pasó con los bíblicos Jacob y Esaú, paradigma de la pugna fraternal por la herencia.
La rivalidad ha formado parte de todos los ámbitos de la humanidad y siempre ha marchado paralela a la fama. En el caso que nos ocupa, Messi y Cristiano Ronaldo representan la rivalidad por la máxima atención y reconocimiento del fanático del fútbol, no solo de un país sino del mundo, en una era en que la fama se expresa (o se distorsiona) en las redes sociales. En esta era, los ‘influencers’ se cotizan por la cantidad de ‘likes’ que cosechan.
La rivalidad deportiva, por supuesto, debe ser entendida como una competencia entre profesionales que, fuera de las canchas, incluso hasta pueden ser amigos. Un ejemplo es la que han mantenido los tenistas Roger Federer y Rafael Nadal: el suizo jamás ha hablado mal del español, y viceversa, aunque protagonizaron partidos que ya son legendarios, como la final de Wimbledon del 2008. Diez años después, aún siguen luchando por el número uno del escalafón con la misma caballerosidad.
La pugna, no obstante, a veces suele ser tan fuerte que la rivalidad desciende a la hostilidad y la enemistad. Niki Lauda y James Hunt, pilotos de la Fórmula 1, sostuvieron en 1976 un desafío constante y tenso a lo largo de la temporada, el cual no se detuvo ni siquiera cuando el austríaco casi pierde la vida en una carrera. Hunt, un inglés más farandulero que disciplinado, se relajó al año siguiente y Lauda hizo las pases con su colega.
Más dramático fue el duelo de los 90 entre las patinadoras de hielo Tonya Harding y Nancy Kerrigan. Ambas eran divas y exhibían altas pretensiones olímpicas, pero su antagonismo generó que allegados de Harding atacaran a Kerrigan en un entrenamiento para dejar pista libre a su ídolo.
La rivalidad de Cristiano Ronaldo y Messi, en todo caso, no ha llegado a estos extremos tan violentos. No son amigos, no se invitan a la casa a comer. Tampoco se agreden en entrevistas. Su contienda se libra en la Liga española y lo más afrentoso que se ha visto ocurrió en el 2017, cuando el argentino, tras marcar en el último minuto de un clásico español, enseñó su camiseta a la afición del Real Madrid, en una imagen histórica y polémica. El portugués festejó de la misma manera, mostrando la prenda con su nombre en el dorsal y su número 7, tras anotar en el siguiente duelo con el Barcelona.
Esta rivalidad se inflama en las redes sociales, donde los fans usan desde estadísticas hasta memes para defender a su respectivo ídolo. Ambos jugadores han sido constantemente comparados, desde sus cualidades técnicas hasta sus conductas en privado. Los fans se enrostran los premios pero también los gestos con los hinchas, su líos con el Fisco, su manera de cantar el Himno del país y, por supuesto, la militancia en el Real Madrid o en el Barcelona.
Messi y Cristiano Ronaldo prácticamente han invisibilizado a sus colegas, a veces injustamente, como pasó con el español Andrés Iniesta, merecedor del Balón de Oro por guiar a España al título del 2010. Pero lo ganó Mess
i.
Levantar la Copa del Mundo hubiera cerrado el debate, o al menos le hubiera bajado el tono. Pero el destino quiso que ambos se despidieran de Rusia el mismo día, en la misma fase, y en medio de la misma decepción general. En el balance, a Cristiano Ronaldo le fue un poco mejor porque anotó cuatro goles y su colega solo uno, pero no basta para proclamarse mejor que Messi.