El Ingeniero ha sido comparado nada más y nada menos que con Jesucristo, seguramente porque entre otras acciones divinas multiplicó los Mundiales (y de paso los pasajes) y caminó milagrosamente sobre las aguas o, mejor dicho, sobre la avenida de Las Aguas de Lomas de Urdesa, sede de la Federación, por 17 años en que jamás fue molestado.
Nunca antes un presidente de la FEF duró tanto y eso, concedámoslo, raya en lo milagroso. Pero la comparación que realizó Luis Fernández, de la Aso. de Manabí, cuando se pedía votar por la suspensión definitiva de Chiriboga como presidente de la FEF, no solo que se trata de una chocante blasfemia (¡qué dirá la Conferencia Episcopal!), sino que demuestra hasta qué punto el directivo sigue contando con un sólido (¿fanático?) respaldo, sobre todo entre las asociaciones.
Si esos dirigentes lo veneran como a un dios, entonces no hay de qué hablar.
No es dato menor que los presidentes de las federaciones de Sudamérica ya no están en sus cargos desde que estalló el FIFAgate. Todos o renunciaron o fueron despojados de su poder por una razón: ante las acusaciones deben destinar tiempo a defenderse y, aunque existe el principio de presunción de inocencia, la credibilidad ha sido dinamitada.
Defender a Chiriboga es legítimo, pero no lo es hacerlo a costa de colmar la paciencia de los aficionados, que piden cambios en la cúpula.