Los uruguayos estamos felices. El alma volvió al cuerpo y el cuerpo se ensancha en el medio del pecho por el esfuerzo y el coraje de una generación de jugadores que entendió que en las raíces de la estirpe charrúa nacía el camino para volver a brotar. Para crecer. Para ser parte de una elite mundial que lentamente se nos había ido alejando por malentender la herencia deportiva que dejaron aquellos gallardos campeones.
Uruguay está con los de arriba. Se codea con las mejores selecciones del mundo con respeto, pero sin temores. La celeste emergió. Está más viva que nunca y eso se debe a la dedicación de los futbolistas.
Uruguay mete como siempre, pero ya no sale a revolear los golpes. Hoy, Uruguay juega.
A partir de ese cambio empezó una nueva historia. Una que está dando los frutos que se esperaban. Para lo cual fue determinante que en la Asociación Uruguaya de Fútbol entendieran que no era cuestión de cambiar de entrenador a las primeras oleadas de un mar embravecido por los malos resultados. La clave estuvo, entonces, en la inteligencia para sostener el proyecto de selecciones, en creer en una idea futbolística y organizarse sobre la base de dos conceptos claros y contundentes: respeto a la camiseta y a la identidad.
Por eso hoy a la Celeste se la encuentra en los mundiales de todas las categorías, por eso se regresó a los Juegos Olímpicos, justo el ámbito de las primeras proezas deportivas. Por eso Peñarol regresó a la final de la Copa Libertadores después de 24 años de ausencia. Humildad. Sacrificio. Respeto. Así comenzó una historia maravillosa en 1924. Así arranca de nuevo el querido Uruguay.