Unos días antes de la Semana Santa se pactó el duelo. Los curas de la Arquidiócesis de Quito y de la Diócesis de Ibarra acordaron medirse en un partido de fútbol.
El encuentro de los sacerdotes se realizó el lunes pasado. El aroma del rocío, que se evaporaba sobre el césped, perfumaba el ambiente. La cita fue en el estadio de la Liga Cantonal de Otavalo. Todos coincidieron en que era un escenario neutral y propicio.
Como estaba previsto, los religiosos colgaron las sotanas y se vistieron de corto. El reloj del Municipio de Otavalo marcaba las 11:20, cuando los clérigos se ajustaban los cordones de los zapatos de pupos, se acomodaban las canilleras y se enfundaban las camisetas deportivas…
“Los de blanco somos de Ibarra y los de Quito son los diablos rojos”, bromeaban los dueños de casa, refiriéndose a los uniformes color concho de vino de los visitantes. Aunque los capitalinos se defendían argumentando que no tienen nada que ver con el apelativo del América de Cali.
Un pitazo del padre Pedro Chalacán, párroco de Pablo Arenas, Imbabura, reunió a los 22 peloteros en el rectángulo de juego.
El réferi, que se ordenó como sacerdote el año pasado, nunca recibió un curso para ser juez. Tampoco tenía el uniforme. Vestía de camiseta y pantalón blanco. Sin embargo, sus ojos cafés seguían atentos a todas las jugadas.
Y el espectáculo comenzó. Luciendo gambetas, tacos, tijeras… los sacerdotes parecían las estrellas de fútbol que aparecen en la televisión. Corrían como niños tras la pelota que revoloteaba de un lugar a otro. El sol acompañó la cita. El primer gol apagó las risas generales, que aderezaron los primeros minutos. El padre Julián Delgado abrió el marcador a favor de la escuadra ibarreña, tras un autopase de laboratorio.
Alto y fornido, el párroco de García Moreno, del cantón Cotacachi, sorprendió al golero capitalino Luis Mejía, con un certero cañonazo de pierna derecha.
No es para menos, en la sangre de este primo del ‘Tín’ Delgado, goleador histórico de la Selección, corren genes de futbolista.
“Arquero abra bien las manos, haga como cuando coge las limosnas”, gritaba, con una sonrisa, el padre Diego Andrade. Él labora en el Equipo de Apoyo de la Comisión del Clero de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, en Quito, y actuó de DT del visitante.
Aunque le apasiona patear la pelota, dice, que una dolencia lo tiene, por el momento, apartado de las canchas. Es por eso que en la última contienda se limitó a dar ánimo y una que otra recomendación a sus compañeros.
“Ya me estoy calentando”, se justificaba el golero Mejía, párroco de San Sebastián de Pifo, mientras trotaba para recoger el balón.
El religioso, que en el dorso de su camiseta tenía escrito la palabra Profesor, mide 1,85 m de estatura. Confiesa que tiene dos pasiones: Dios y la número cinco.
Se ordenó de sacerdote, hace más de una década, tras escribir una tesis sobre Teología y Deporte. Pero, antes perteneció al Ejército de Estados Unidos, en donde fue el mejor arquero, asegura. “El deporte une a la gente. En esa alegría y el trabajo en equipo se manifiesta Dios”, dice.
El gol del descuento nació en los pies de Javier Rodríguez, párroco de San Martín de Porres, de la Ferroviaria Alta, en Quito.
El espigado sacerdote nacido en Caluma, provincia de Bolívar, es famoso en el círculo religioso por sus dotes de deportista. Es zurdo y alto, tiene fama de haber sido el mejor ganchador de ecuavoley que ha pasado por el Seminario Mayor de Quito.
Con los brazos en alto y mostrando los dientes, el clérigo de piel blanca y cabello negro, festejaba el ansiado empate corriendo en zigzag por la cancha.
Mientras que Jhimson Lomas, párroco de Selva Alegre, Otavalo, y golero del conjunto local, aseguraba contrariado que la defensa no le estaba acompañando.
El padre Tarquino Arroyo, capellán de Andrade Marín, actuó como DT del equipo de fútbol de la Diócesis de Ibarra.
Luciendo pantalón negro, camisa celeste y gorra anaranjada alentaba a sus muchachos. “Estamos dando chance a los malos”, gritaba sacudiendo las manos, a las orillas de la cancha.
El partido de fútbol es parte de los preparativos para el Encuentro de Fraternidad Sacerdotal, que se realizará en agosto en Portoviejo, Manabí.
“Se trata de una reunión para la actualización Teológica y Académica, que se realiza cada tres años”. En la última cita, que se desarrolló en Cuenca, se incluyó un torneo de fútbol. Ahí los representantes de la Arquidiócesis de Quito se llevaron la corona, señala.
“Cómo no van a ser campeones los de Quito si tiene 300 sacerdotes para escoger”, reflexionaban los religiosos de Imbabura.
En Ibarra, entre tanto, hay 120 entre Diocesanos y de Comunidad, calcula el padre Jaime Terán, párroco de San Roque y vocero de la Diócesis. “Los primeros viven en las parroquias y los segundos en conventos”, explica.
Al igual que la mayoría de curas futbolistas, Terán ha practicado otros deportes. “En mis tiempos mozos fui motociclista”, dice con un desdén de orgullo.
“Sin embargo, en vicariatos como el que hay en la ciudad del Puyo, Pastaza, hay apenas 20 curas. Pero solo tres juegan fútbol”, comentaba Andrade.
En ese caso, aclaró, tendrán que agruparse con sacerdotes de otras provincias, si quieren participar en el programa deportivo, que se realizará en Portoviejo.
“Aunque no hay reglas fijas jugamos cada vez que podemos, menos los días domingos, en que oficiamos más misas”, coincidieron los religiosos.
Para ello se han organizado en cinco zonas. Una del norte, que incluye a las diócesis de Carchi e Imbabura y a la Arquidiócesis de Quito. Una central, que congrega a Latacunga, Ambato, Riobamba y Santo Domingo. Una de la Costa, que reúne a Esmeraldas, Manabí, Los Ríos y Guayas. La del sur, que enlaza a Loja, Machala, Cuenca y Zamora. Y otra de las iglesias de la Amazonía.
Según Eduardo Galeano, el fútbol es perspicacia, engaño, ingenio… de un jugador sobre otro. No hay duda que, en esa dinámica, se despiertan pasiones. Sin embargo, los religiosos no pronunciaron insultos ni reclamos airados, a pesar de lo electrizante del partido.
Lo máximo que se escuchó fue un: “Árbitro mejor vaya a confesar”, que le gritaba, desde la banca, en tono de broma, un sacerdote inconforme con un pitazo que congeló por segundos el juego.
Luis Jaramillo, técnico de la Liga Cantonal de Otavalo, estaba fascinado con el espectáculo. Para él, los sacerdotes dieron ejemplo del comportamiento que deberían tener los deportistas e hinchas en los escenarios deportivos.
Luego vino el receso. Los peloteros se desparramaron sobre el gramado. Se repartió agua y cerveza helada entre los agitados deportistas, para combatir el calor corporal y ambiental.
La mayoría de pastores que jugaron fútbol el lunes último, tienen entre 30 y 40 años. Pero también participan clérigos como Eduardo Moreno, párroco de Cristo Redentor de La Gasca, Quito, que tiene 59 años.
Con el rostro rojizo y sudoroso, tras el encuentro en Otavalo, comentó que siempre ha jugado fútbol en las parroquias en que ha prestado su servicio: en Santo Domingo de los Tsáchilas, en San José de Minas y en La Gasca.
También hay futbolistas de renombre como el padre Patricio Benalcázar, vicario de Pifo. Su nombre es conocido en las ligas parroquiales de Quito.
Otros religiosos han resaltado inclusive en el balompié nacional, comenta Andrade. Este es el caso del seminarista Daniel Panoluisa, que brilló en el equipo profesional de la Universidad Católica. Ahora retirado del ‘Trencito Azul’ está próximo a ordenarse como sacerdote, comenta.
Jaramillo, entre tanto, rememora a Juan Manuel Basurco, ex párroco de la iglesia de San Cristóbal de Quevedo, que jugó en Liga de Portoviejo y en Barcelona, en la década de los setenta.
Conocido como el ‘Padre de los botines benditos’ escribió su nombre en el libro de hazañas del conjunto torero. Anotó apenas dos tantos en los ocho partidos que vistió la blusa amarilla.
Pero uno de sus goles le dio el triunfo al equipo porteño frente Estudiantes de la Plata, de Argentina. Con la precisión de un cirujano mandó al esférico contra la red, tras recibir un pase de Alberto Spencer. Pero eso ya es historia.
El padre Mejía elogia lo que han hecho otros países al incluir en los equipos profesionales a los capellanes. Eso pasa en Colombia. “Su misión es impartir los sacramentos, consejos y valores entre los jugadores”.
En Otavalo, Segundo Paredes, párroco de San Juan de Chillogallo, anotó otro gol a favor de Quito. Luego Delgado volvió a empatar con un sorprendente cabezazo… El partido continuó seguido de un rosario de goles.
Finalmente el cuadro capitalino superó por 7 a 4 a la Diócesis de Ibarra. Luego los curas se despidieron y el templo del fútbol quedó nuevamente en silencio.